miércoles, 28 de diciembre de 2011

Acoso...

Me aterra la locura. La propia, intento controlarla. Lo malo es la de otros que tiende a desbocarse y puede pillarte por medio...

Hay momentos y circunstancias de la vida que ante hechos extraños e insólitos, piensas que esa gran puerta se abre y una potente voz dice a los que están dentro:

- ¡ Fuera !

Me aterra la locura. La propia, intento controlarla. Acoso, terrible palabra. El saber que esa sombra acosadora, malévola y cruel se agarra a tus espaldas, te produce terror. Deseas que el acoso de todo tipo que llevas sufriendo durante muchos años, cese.

Lo malo de las obsesiones de otros hacia tu persona, es que tú no puedes hacer nada para que las mismas dejen de estar. Sufre el que las padece y al que se les hace padecer.

Me aterra la locura. La propia, intento controlarla. Estamos a punto de terminar el Año Viejo y mi ánimo no está alegre. Siento ante todo lo que me rodea, una sensación de desamparo, de pérdida, de inseguridad, de incertidumbre, de impotencia, de desencanto, de preguntas sin respuestas...
Me aterra la locura. La propia, intento controlarla. Quisiera que el Nuevo Año me trajera la libertad que me ha arrebatado esa locura que merodea alrededor. Volver a vivir sin miedo, sin persecuciones, sin extorsiones de todo tipo, sin desasosiegos... No solo lo quiero para mí. Lo añoro y deseo con todas mis fuerzas, para los seres que quiero.

Me aterra la locura. La propia, intento controlarla...

Ansío que ese acoso que he denunciado en repetidas ocasiones y del que se ha hecho caso omiso, desaparezca para siempre.

Me aterra la locura de otros...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Huída hacia el mar...


Su vida era un peregrinar sin rumbo, merodeando de un lado a otro del mundo y pegando fuertes soplidos. Demasiados viajes. Por otro lado, el cometido que se le había encomendado no le agradaba demasiado. Sabía que su presencia, allí donde iba, no era bien recibida. Desde su atalaya, divisó a varios cervatillos que corrían por el prado. Le gustaba pernoctar en ese monte y respirar, con fruición, el aroma de los eucaliptus centenarios. Había buena comunicación entre ellos. Ante su llegada, se agitaban y bailan castañuelas. Con frecuencia observaba, alrededor de los troncos, restos de comida de los caminantes que habían pernoctado en el lugar. Contemplaba el deambular de esas hormigas que hacían recuento de las sobras del festín y guardaban en la despensa, las provisiones para el duro invierno.

Le gustaba envolverse en el paisaje que le rodeaba. Era fuerte y poderoso y muchos elementos de la madre naturaleza, estaban a su merced. Tras una rápida visita en la que divisó el estanque de los patos con hojas otoñales cansadas y amarillents por el paso del tiempo, se fue al lugar de los más pequeños. Lo encontró solitario. Los columpios se columpiaban solos; el pequeño tren, pintado de rojo, carecía de maquinista que le diese marcha a esas ruedas; en cuanto al tobogan, dejaba asomar una mirada aburrida y plagada de bostezos. Ese vacío de risas infantiles, le hizo experimentar cierto grado de culpabilidad.

A medida que oscurecía, miraba con ansia hacia arriba. No tardaría mucho en hacer acto de presencia. Era coquetuela, noctámbula y brillante, y enamoraba sus noches. Al igual que él, tenía poder y con su mirada lo dominaba todo. Estaba al tanto de lo que acontecía en el mundo. Conocía mucho de las flaquezas y bajas pasiones de los humanos.

Ante su recuerdo, no pudo evitar que el suspiro melancólico y romántico, hiciese acto de prsencia.

Tendría que acallar el pudor que le embargaba y pedirle una cita. Pensando en un sí por respuesta, dejaba que su mente divagara y se perdiese en la ensoñación de lo que podría llegar a ser.

¿A dónde podría llevarla en las noches oscuras y llenas de promesas?

Posiblemente un paseo en góndola por las negras aguas de los canales de Venecia. Ante la ausencia de los violines del gondolero, él pondría su música. Le gustaba silbar. A esas horas de la noche, en que el poderoso mundo duerme, la intimidad de los amantes no se vería interrumpida.

Tenía un carácter fuerte y violento y temía, de alguna manera, asustarla. Tendría que moderar su fuerza violenta para retenerla a su lado.

Con un leve soplo, acariciaría su delicada mano y la conduciría por la orilla del Sena…

Como cologón a esa escapada, le pediría que lo llevase a conocer su Universo y le presentase a sus amigas las estrellas.

A punto de retirarse del gran monte, percibió en la lejanía un gran resplandor. Rápidamente se dirigió al lugar. Se quedó sobrecogido ante el espectáculo dantesco que se presentaba ante él. Oteando con la mirada, pudo verlo agazapado entre unos matojos. ¡ De pronto, lo asoció todo y con voz furibunda, preguntó:

-¡Desgraciado, ¿qué has hecho?!
El aludido, con voz temblorosa, respondió:

- No ha sido mi culpa. Mi amo me frotó el lomo y con tanto frote, terminó encendiéndome. Ha salido corriendo y me ha dejado abandonado.

Ese elemento extraño que se disculpaba, miró atemorizado al Todopoderoso. Pudo percibir como asomaban a su mirada, chispas candentes. Aterrorizado, notó que una fuerte ráfaga lo empujaba hacia el fuego.

El monte se iba convirtiendo, por momentos, en una gran antorcha que envolvía y lo arrasaba todo...

Nuestro amigo quiso hacer algo para evitar que esos pinos que él tanto amaba y que ya habían cumplido muchos años, se consumiesen en ese fuego devorador. Sopló con fuerza con ánimo de apagar las llamas, pero solo conseguía con ese ulular huracanado, avivar más el resplandor. Por momentos, esa naturaleza verde, lozana y llena de vida, se iba calcinando y dando paso a la negrura más absoluta.

Hizo un largo recorrido por ese entorno y ante lo que vió, dos lagrimones plagados de amargura, resbalaron al suelo. No pudo resistir la impotencia que lo embargaba y dirigió su pasos hacia el mar. Una última mirada le dejó ver ese mechero causante de tanto horror y que él había empujado, ardiendo en su propio fuego.
El viento huracanado y soplando con furia, salió al encuentro del mar. De arriba, surgió una aureola blanca. Su amada la Luna, había llegado a su cita…

A lo lejos se oyeron unas sirenas…

martes, 1 de noviembre de 2011

La manta era para el perro...

Oteé a través de los cristales. El día no invitaba a dar pasos, pero venciendo la pereza me dirigí al perchero a coger el abrigo. A punto de salir por la puerta, escuché su voz a mis espaldas:
- ¿Vas a ver si encuentras algo que escribir?
Asentí. En la vida que nos envuelve, está escrito todo. Ante la proximidad de las Fiestas Navideñas, se percibía algarabía y bullicio en las calles. Ya en la esquina, no supe que rumbo darle al timón. Enfilé calle abajo. Me encontraba en la milla de oro y quise conocer el glamour de otros. Los escaparates lucían sus mejores galas y en la joyería brillaba, con fuerza, el diamante. A pesar del intenso frío, el ambiente festivo calentaba por dentro. Los viandantes portando sus regalos, apresuraban el paso. Decidí hacer cruce de acera y seguir curioseando por el lugar. Me sorprendió, desagradablemente, el otro lado del paisaje. La mendicidad se sentaba en la fría acera y esperaba la caridad de otros. En las puertas de las iglesias, los mendigos portaban la cesta de mimbre vacía. Otros, sin cesta, mostraban cajas de cartón de viejos zapatos.

¡¡Que curiosa es la vida!! De los gozos de unos, se pasa a las sombras de otros.

Pasé delante de él. Me fijé de refilón en su persona y seguí dando pasos. De pronto me quedé parada pensando en la escena que había visto.

Retrocedí y volví al lugar. El hombre era mayor y tenía aspecto de ser de otro país. Pelo canoso, delgado y desmejorado, portaba en la mano un plato metálico. Uno más de los muchos – pensé –

Aquel era distinto. A su lado dormitaba un pastor alemán. Estaba tapado con una manta de cuadros rojos y negros. Asomaba debajo de la misma, su cabeza.

Su dueño estaba aterido de frío. Vestía ropas ligeras y veraniegas. Pude percibir que su mano temblaba.

Había decidido abrigar, con esa manta de lana gruesa, al único amigo que tenía y le hacía compañía.

No recuerdo en estos momentos la frase que le comenté. Me despedí de él y seguí mi camino. Hice esfuerzos para que la lágrima furtiva no escapase...
La manta era para el perro...

La furgoneta de google...


A punto de dar varias vueltas a la llave para no tentar al posible delincuente, me percato que no hice uso de las pinturas de guerra. Vuelvo sobre mis pasos y me acicalo. No faltaba nada en el careto. Una pincelada de rímel adornando mis largas pestañas, rojo pasión en los labios, y un toque de laca por la sedosa cabellera. Contenta y esperanzada, salgo por el portal y miro hacia los lados. ! Vaya hombre hoy que me siento favorecida, la furgoneta no hace acto de presencia ¡
Enfurruñada enfilo hacia el paseo marítimo y con el recuerdo me voy a otros lares...
Aquella tarde de lluvia, viento, y ruidos que provenían del exterior, ante mi semblante melancólico y soñador, me hizo la pregunta:
- ¿Añoras el mar, las gaviotas, el silencio y el sosiego?
Tuve que confesar que así era, aunque el lugar en el que quería estar era en el que me encontraba.
Lo malo de la morriña es que va contigo a todas partes. Te agarra fuertemente de la mano para hacer sentir su presencia.
- No te preocupes, vamos a entrar en internet y ya verás como vas a ver tu calle.
Ante la observación me quedé un poco sorprendida. Le dimos al botón de encendido y dirigimos nuestros pasos hacia Google. La flechita del ratón, siguió buscando. ¡Oh sorpresa! Mi calle gallega, el portal, la fachada principal y la terraza donde cuelgo mis paños menores, estaban ante mi preencia.
Asombrada, exclamé:
- ¿Como es posible?
- Muy fácil, es la furgoneta de Google que lo vislumbra todo y pasea el mundo para dejar constancia de cada rincón del mismo. Y ahora te voy a enseñar otra cosa que te va a sorprender más.
En esta ocasión, nos fuímos muy lejos. No hizo falta subir a un avión y atravesar un oceano. Simplemente desde nuestro confortable salón y dejando que el ratoncito bailase el mambo, nos llevó a Estados Unidos. Fuimos a parar nada mas y nada menos, a la hermosa California. Como no queremos dar más pesquisas al posible lector, omitimos datos. Diremos, simplemente, que en un determinado lugar, un día y a temprana hora, esa furgoneta, curiosa y cotilla, pasó por una urbanización y plasmó la imagen de la jovencita que iba hacia el paseo marítimo a dar una larga caminata. ! como suena ! Incluso fotografió el coche, del que era propietaria, aparcado a un lado de la acera.
La protagonista principal de la historia, sonriendo y viendo mi cara de asombro, me hizo ver que cuando la nostalgia hacía presa de ella y añoraba ese lugar donde transcurrió un año de su vida, dirigía la flechita hacia Google y podía ver la casa con las ardillas, el jardin, la ancha avenida, la playa..
Ante el asombroso acontecimiento, pensé que las casualidades existen...
Millones de habitantes moviéndose por el mundo y en el momento que sales de tu casa, a primeras horas de la mañana, te sacan la foto y te dejan plasmada para el recuerdo. Se decidió apagar el ordenador y seguir la conversación por otros derroteros. Por más que intentaba distraer mi mente, no podía dejar de pensar en las escenas presenciadas en la pantalla y sentír en el paladar, un regustillo amargo. Ya sabía que cuando saliese del domicilio particular, había que acicalarse y emperifollarse por si aparecía la furgoneta de "google" y te hacía la foto...
Aquí estamos expuestos en el escaparate, como si de un circo se tratase: ¡ pasen, señores, y vean...!
Creo que le voy a dar al botón de borrar e irme a merodear al monte. Una buena bocanada de aire puro y fresco, le vendrá bien a mis pulmones...

domingo, 9 de octubre de 2011

Partituras


-¿Da Vd. su permiso?
-¡¡ Adelante!!
Entró con paso vacilante en la estancia. La boina bailaba entre sus temblorosas manos.
La imponente presencia que estaba enfrente, formuló la pregunta:
- ¿Qué se le ofrece?
- Siento molestarle señor, pero me temo que las cosas abajo no andan nada bien. Se palpa la tensión. Son muchos problemas los que acucian al espectador y les están dando por todos lados…
-¿Y...?
- Hay que hacer algo. Me limito a cumplir mis funciones en el momento que me toca el turno, pero les he cogido cariño. Todos ellos me inspiran una gran lástima y compasión. Los rozo constantemente y se percibe en sus rostros tensos y en sus andares cansados, un gesto de derrota. Tiene que haber alguna solución para dar paso a la tregua y dejar que la esperanza anide en sus corazones. Tal y como está el panorama de oscuro y grisáceo, la cosa no lleva buenos derroteros. Se aunan demasiados elementos negativos para no dejarlos levantar cabeza. Señor, no le pido más que un poco de cálida luz. Me gustaría, repito, iluminar esas vidas grises, vacías y sin alicientes de ningún tipo. Es cuestión de cambiar las sombras por la luz y el sol. Simplemente darle un toque a mi compañera y que salga por un rato a la palestra…
- Hay que esperar y dar tiempo al tiempo…
- Ya lo comprendo, pero póngase Vd. en el lugar de estos seres que pueblan el mundo y, ante todo lo que tienen y no tienen, la sensación de pérdida es muy grande.
-¡¡ Amigo mío, conozco todos los colores del arco iris!! He vivido las luces y las sombras, el frío y el calor, la furia y la placidez, la exaltación y la calma, la risa y la lágrima, la alegría y la pena, la impotencia de la rabia, el grito silencioso…
Su interlocutor con gesto compungido y conteniendo la furtiva que pugnaba por salir a chorro, respondió:
- Comprendo que todo tiene que seguir un orden y no se pueden cambiar las estaciones, pero, repito, adelantar un poco… no estaría de más. Es una forma de que no se llegue a la desesperación.
- Nada que hacer. Puede retirarse.
Esa voz que momentos antes hablaba vehemente y con tono de súplica, salió de la estancia con pasos vacilantes.
Amanecía. Tenía que bajar y dar paso al chaparrón copioso, el viento huracanado, la fría escarcha.
La presencia que se encontraba en el espacioso salón, dirigió sus pasos hacia el piano. Sus largos dedos acaricieron el teclado. Con extrema suavidad, dejó que se deslizasen sobre el mismo y que esas notas invernales, diesen pasos de baile...
La llegada de la Primavera, tendría que esperar su turno.
Horas más tarde, se levantó un fuerte viento y la lluvia repiqueteó en los cristales.
A través de la ventana abierta, esas gotas lluviosas salpicaron las partituras de música…

¡ Busco una carcajada !

Es lo que hay. ¿Y por qué no contarlo? Mejor dicho, es lo que he visto y no hubiese querido ver. La infusión de menta hizo efecto y me sentí como un león sin jaula. No sabía muy bien en que invertir el tiempo. Decidí asomarme a la ventana de mi salón. Más o menos lo de siempre. En esta bendita ciudad donde un día aterricé, predomina el mal tiempo. No pasa nada. Abres el paraguas y sigues capeando el temporal.
Abrí la ventana y respiré una bocanada de aire fresco. He aprendido las técnicas respiratorias de inspirar y expirar y lo paso chachi. Mis pulmones, por otro lado, me lo agradecen. Allí estaba, con los codos apoyados en la ventana y mirando hacia la calle.
Dos escenas muy distintas, acapararon mi atención. Un abuelo con su pequeño nieto. El niño hacía volar una cometa de vistosos colores. Mientras tanto el anciano, desde un banco, contemplaba con una sonrisa en los labios a ese pequeño feliz que correteaba de un lugar a otro y tiraba de un cordel mientras alzaba la vista hacia la cometa que salía al encuentro de las nubes.
Sonreí al contemplar la escena. Dejé vagar la mirada distraídamente y observé otro paisaje distinto. Una mujer, desaliñada y con viejas ropas, hurgaba dentro del contenedor de las basuras. A medida que hacía selección, introducía en una bolsa de plástico lo que creía que se podría aprovechar para poner en la mesa. En un momento dado, cogió una manzana y la contempló atentamente. Le dio varias vueltas a la misma. La frotó en la manga de su raída chaqueta, y no esperó a que sirviese de postre. Hincó los dientes con fuerza y dejó que el zumo resbalase por la comisura de los labios.
La acompañaba un niño de corta edad que contemplaba con ojos de sed, el movimiento de la manzana a la boca…
Miré hacia ambos lados de la calle. Crucé esas dos escenas. El abuelo con su nieto y una bonita cometa de colores, que vislumbraba el mundo que tenía alrededor.
En la otra esquina, se elegía el menú para la cena.
Respiré profundamente el aire de la tarde y decidí cerrar la ventana. Hacía frío y se estaba levantando un poco de viento…
Ya lo he dicho en otro lado. Me gusta escribir lo que veo aunque quisiera no haberlo visto...
Y ahora que lo pienso. Hace tiempo que la carcajada no acude a mi lado. Tendré que salir a su encuentro…
Es posible que aparezca.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Una botella de vino español...


Hoy he disfrutado de la mesa. El menú fué sencillo, pero compañado...
Es lo que pasa. No suelo asistir a eventos. Me gustan, pero no me invitan. No se puede decir que tengo la agenda apretada. Tranquilidad ante todo. Algún día me sentaré en el palco de la ópera y dejaré que las voces de los tenores hagan cosquillas en mis oídos. Dejarán de estar los diferidos y se dará paso al vivo y al directo. El fondo de armario anda flojillo y hay que darle un toque de atención. Será en la pasarela Cibeles donde veré culminados mis sueños. Ya con el modelo elegido, dirigiré mis pasos hacia el puerto y subiré las escalerillas del trasatlántico que me llevará a recorrer, acompañada de Leonardo, ese mundo que no conozco.

Compás de espera, simplemente eso…

Mientas observas el prendido de las medallas en las solapas de otros, te buscas tus “propios homenajes”.

He ido al supermercado a hacer compras. al pasar por el estante de los buenos caldos, oí un silbido. Me quedé desconcertada y con cierto rubor en las mejillas. Hace tiempo que esos silbidos de admiración, han dejado de sonar…

Seguí, con aire lánguido, mi camino, pero volví a oír el silbidito. Esta vez, sí miré de donde procedía.

Una botella de vino español precio elevado y buena marca, me hacía guiño. La miré desconcertada. Algo en su mirada me hizo recapacitar. Tuve la impresión que quería acompañarme a mi pequeño apartamento.

Miré el monedero. No era posible. Seguí caminando y le dije un adiós silencioso.

Otee en los estantes, pero la idea, martilleando con fuerza, me hizo reflexionar.

Volví sobre mis pasos y la miré. Se puso contenta al verme. Miré sigilosamente a ambos lados. No quería hacer partícipe a la gente del lugar, que tenía invitado especial. Discreción, por encima de todo. Me situé a su lado y le di un cálido apretón de manos. Hechas las presentaciones, la invité a que se introdujese en el carrito. Rauda, contenta y feliz por la invitación, dió un salto y se introdujo en el mismo.

Ante el hecho de esa visita, me invadió una alegría excitante y desconocida.

Hoy, almorzando juntas, hemos departido alegremente e intercambiado cuitas. No faltaron las carcajadas y los rubores…

Una botella de vino español que accedió a subir a mi pequeño apartamento y sentarse a mi mesa, alegró el día…

sábado, 27 de agosto de 2011

Me falta tiempo para vivir...

Ese día, como tantos otros, el recorriro fué el mismo y nuestros pasos se encaminaron al paisaje repetido de otras veces. Ella, como siempre, me acompañaba. Al igual que a mí, le gusta llenarse los pulmones de brisa marina.
Decidí hacer balance de los debes y haberes que había en mi vida. Haciendo honor a la verdad, encontré más debes que haberes. ¿Para qué engañarnos? Se aprende a vivir con todo. Llegué a la conclusión que no eran los Cien... pero sí había unos cuantos...
Con aire distraído y apático, mire alrededor. De pronto noté un tirón en la manga. Me sorprendió el gesto porque la que me acompañaba es parca en palabras. Hice caso omiso, y un rato más tarde ese tirón volvió a repetirse. Intrigada, dirigí la mirada hacia mi derecha y pude escuchar su apenas audible voz:
- Te veo pensativa y tengo la impresión que estás, como se dice en tu tierra, "barruntando" acerca de tu vida. Se me acaba de ocurrir una idea para que estés un poco más entretenida. ¿Por qué no te compras un ordenador y le das a la tecla?
Y esa pregunta que esperaba por la respuesta, surgió de pronto. ¿Por qué no? – me dije –
Al día siguiente me trasladé a un establecimiento de segunda mano, elegí modelo y compré el ordenador. Ya instalado en el domicilio particular, le di al botón de encendido y miré hacia la pantalla en blanco. En un ángulo de la misma, percibí una sonrisa cálida acompañada de guiño. ¡ Me estaban enviando un mensaje invitándome a que hiciese recorrido !
Mis dedos quietos y expectantes, reposaban encima del teclado. Permanecí inmóvil, conteniendo la respiración.
El dedo meñique con aires de cabreo, dejó escuchar su voz:
-¡Venga ya, muévenos y déjate de rubores!
Así fue como me inicié en esa andadura. Al principio despacio, lentamente, con aires voluptuosos, pero a medida que esas letras en negrita, semejándose a pequeños y coquetuelos lunares, iban cubriendo el espacio en blanco de la pantalla, empecé a animarme.
¿Y qué decir de aquel primer día en el que descubrí que me gustaba escribir? ¡Experimenté la sensación de la borrachera sin alcohol!
¡ Todos estamos contentos ! Mis dedos engalanados con brillantina en el pelo, pajarita en el cuello, y zapatos brillantes de charol, se sienten felices de salir a la pista y bailotear todo tipo de molodías. Unas veces le dan a la sardana, otras toca muñeira, y cuando quieren menear las castañuelas y vestirse de faralaes, eligen la sevillana. Hay días que la nostalgia hace presa de ellos, y es entonces cuando se decantan por el tango o un lento vals...
Claro que no siempre tienen ganas de que los vista de gala. Es entonces al percibir que están apáticos, con aires lánguidos, y que no tienen ansias de mover la cadera, los dejo que reposen y espero a momentos mejores.
Quiero recuperar esos años en blanco que no han sido escritos, y voy a la carrerilla. Ahora sí que puedo decir, que me falta tiempo para vivir…


Un ramillete...

A pesar del día gris, decidimos subir al monte de San Pedro. La panorámica que se vislumbra desde el lugar, es impresionante.
Enfilando cuesta arriba, miré distraídamente hacia el césped. Eran margaritas. Las arranqué y se las puse en sus regordetas y blancas manos. Sus ojos grandes y expresivos, están llenos de sonrisas.
Tengo la mala costumbre de hacer con bastante frecuencia, traslados de sitios. Esas florecillas silvestres, me llevaron por otros caminos...
A medida que transcurre el tiempo y llega el día feliz de cumpleaños, me hago la sueca.¡ Como que la historia no va conmigo! Juego al despiste. Ya se han pasado las ganas de apagar la velita y comer la tarta de chocolate. No cuela. Ese día el teléfono no deja de sonar para recordarte que en tu vida hay un año más… y uno menos.
Aquel día, por parte de los míos, se formularon preguntas varias.
-¿Qué quieres que te regalemos?
No supe muy bien que responder. El dinero que no tienes termina sobrándote. Claro está que siempre hay algún capricho que ronda la calle.
Medité acerca del regalo a elegir y me dije a mí misma:
- Me gustaría que me regalaran un ramillete de amigos.
He tenido ese ramillete entre mis manos, pero un buen día la cinta que los unía se rompió y ese ramo se fue desperdigando por el camino…
Siempre hay alguien especial que se queda prendido en tu memoria. Se llamaba Asun y nos llevábamos bien. De vez en cuando me decía:
- Rosa, tenemos que ir a buscar la carnada de la pesca de mi padre.
Nos daban una pequeña caja de madera. Al abrirla, las miñocas que iban a formar parte de la trampa de los peces, se retorcían. Contemplándolas, el estremecimiento hacía recorrido.
Compartimos muchas tardes de cine. La entrada era gratis y nos adentrábamos en la sala haciéndole un guiño al portero. De aquellas sesiones vespertinas, recuerdo de forma especial el NODO. Más tarde, desaparecíamos de la sala de proyección e ibamos tras los personajes de la pantalla. ¡ Que tiempos! Lo malo de lo bueno, es que termina pronto. Se encendían las luces, y perezosamente nos levantábamos de la butaca. Había que salir a enfrentarse al mundanal ruido. Dejábamos la magia atrás, esperando con ansia la próxima sesión.
Pequeñas florecillas, movieron los recuerdos…
Volviendo de nuevo al monte y en vista de que se puso a llover, nos dispusimos a regresar. Ya en el coche, dirigí la mirada hacia atrás. Mi pequeño nieto Hugo, apretaba con fuerza en sus manos mojadas de lluvia, el ramillete de margaritas que momentos antes su abuela le había entregado.
Sonriendo, pensé:
- Algún día tendrá un buen ramillete de amigos...


miércoles, 17 de agosto de 2011

El llanto de la hiena...

Esperando el autobús que me llevaría al aeropuerto, miré hacia el edificio que estaba a mis espaldas. Esa buhardilla había dejado de estar. Todavía los recuerdo. El tío Nicanor lanzaba los escupitajos al suelo. Eran gruesos y verdosos. La mujer que llevaba compartiendo su rastrera vida durante muchos años, lo miraba con expresión asustada y decía con voz apocada:
- Usa la bacenilla y no los tires al suelo.
La cara del hombre se congestionaba de furor, se levantaba de la mecedora y arrinconaba sobre la pared, a su pobre víctima. Era la fuerza del macho sobre la hembra. La superioridad engreída y sucia, sobre la sumisión y la falta de estima.
Hoy me siento agresiva y con ganas de escupir “para fuera”. No voy a usar la bacenilla de porcelana, pero sí las teclas de mi ordenador. La culpa la tienen los frutos secos que reposaban sobre el estante del supermercado. Había de todo. Higos, pasas, orejones, dátiles…tenían precio de saldo y quise ver la fecha de caducidad. Lo que me temía: estaban caducados.
Y yo me pregunto: ¿qué hacer cuando te caducan la vida, sintiendo que estás en vigor?
Antes el oficio de escritor era difícil y tenía renombre. Las cosas han cambiado. Ahora el que más y el que menos y tras pasar por imprenta y elegir modelo, escribe el guión de su película y espera a verse en el escaparate. Es una forma de dejar huella de su paso por la vida.
Recuerdo una nevada acontecida el invierno pasado. Salimos al campo y pisamos la nieve. Mirando hacia atrás, pude percibir las huellas que mi pie dejaba escritas. Al día siguiente, al volver a ese descampado, la nieve se había derretido y no quedaba nada de esas huellas…
Ayer tarde comiendo un racimo de uvas de Sudáfrica y dejando que el zumo se deslizase por mi garganta, dejé que el paisaje cambiase de color De pronto me encontré conduciendo un jeep por la sabana africana. Un tórrido viento movía mis rojos y revoltosos cabellos. El vehículo corría a gran velocidad e iba dejando atrás la fauna…
A la caída de la noche intentando dormir en la tienda de campaña y embadurnada de repelente para los mosquitos, dejé vagar la mirada soñadora por la tienda. Buscaba a Robert…
En la lejanía se dejaba oír el llanto de la hiena.
Me persigue a todas partes…

martes, 16 de agosto de 2011

La vitrina

Me mira con ojos mimosos y le sonrío. Se siente querida por mí. Infinidad de veces los míos me han instando para que la tire. Me niego en redondo. El día que la vi en el escaparate, hubo filing entre las dos y quise que me perteneciese. Nos miramos y supimos que no íbamos a separarnos nunca. Al final vino conmigo. Es un mueble al que le tengo cariño y guarda muchos de los libros que heredé de la biblioteca de mi progenitor. Imposible deshacerme de ella. Tiene un gran valor sentimental para mí. Me ha dado algún que otro disgusto, porque en cierta ocasión se puso malita. Una mañana, cuando miré sus “bajos fondos”, noté algo extraño. Era un grupo de virutilla fina que reposaba en un ángulo del mueble. Hice cábalas sobre el asunto y me dije:
- Han entrado los intrusos en mi hogar…
Me asusté, todo hay que decirlo. No me gusta que invadan mi intimidad. No sabía, a ciencia cierta, a quién llamar. Pensé en la policía, pero no quise alarmar a la familia.
Me decanté por un especialista en la materia y cuando oí la sentencia, me puse lívida y me temblaron las piernas:
- Señora, su vitrina tiene termita y hay que sanearla rápidamente.
Tengo que confesar que sentí una gran congoja, y tuve que mirar al techo y entablar diálogo con la lágrima furtiva que pugnaba por salir.
Me puse en movimiento y actué con prontitud. Se la llevaron durante unos días y la pusieron en tratamiento. Mientras tanto, escondida en mi pequeño apartamento, no podía hacer nada. Pensaba con dolor en mi querida vitrina y añoraba con fuerza su presencia. Quería que volviese a mi lado lo más pronto posible.
Días más tarde apareció por la puerta. Me dio la sensación, mirándola, que me decía:
- Rosa, he retornado al hogar, ya estoy de nuevo contigo y puedes llenarme de esos libros maravillosos que te ha regalado tu querido padre; todavía estoy un poco débil, por tanto, no me cargues demasiado…
Así lo hice y con mucho mimo. Le encontré mal color y quise ayudarla en su convalecencia. Bajé a la droguería y compré un bote de barniz color caoba. Muy despacito, con una pequeña brocha, le di varios brochazos. En mis movimientos había mimo y cariño. Cuando la observé desde un ángulo del salón, lucía de otro modo. ¡Había viveza y resplandor en la mirada!
De toda esta historia, me ha quedado un sabor amargo. Odio, profundamente, a las termitas que se meten en tu casa sin pedir permiso. Constantemente, vigilo los muebles de los míos. No quiero que a ellos les pase lo mismo. Estos intrusos animalitos, lo carcomen y lo invaden todo…

sábado, 13 de agosto de 2011

Sábado

Estoy preocupada. Tengo que darme una vuelta por el diván del galeno.. Esta mañana las cosas no empezaron muy bien. Cuando me disponía a depositar la bolsa de basura en el contenedor, se rompió y estuve a punto de pringarme. Hay que tener cuidado con la basura que te rodea porque de no hacerlo, te puede salpicar.
Oí los ladridos de Rufo a mis espaldas. Labraba como un pequeño bellaco y quería morderme los pies. Su dueña lo llamaba con voz mimosa, pero el animalito tenía fijación con mis dedos pintados en rojo pasión.
- Rufo, ven…
Rufo no hacía caso de la llamada y venía a por mí. Bajé presurosa y decidí meterme en el kiosco de prensa a comprar esos chicles de menta y fresa que han llegado a crearme dependencia. Ya dentro de la librería, hizo acto de presencia una clienta con su pequeño perro. Se encontraban varias personas en el pequeño local, pero el chucho clavó sus pequeños y agresivos ojos en mí, y ladró como un desaforado…
Salí de la librería sintiéndome rara y con cierta desazón. Mañana mismo, concierto una entrevista con el especialista correspondiente. Tengo que averiguar que es lo que está pasando para que los canes la emprendan con mi persona.
La mañana estaba calurosa y decidimos sentarnos en una terraza. Charlamos distendidamente largo y tendido. Me dijo que no se encontraba a gusto con lo que tenía a su alrededor y que añoraba lo que había dejado atrás. Percibí cierta indecisión en el pensamiento y le dije lo que pensaba al respecto:
- Si has conocido el océano no puedes conformarte con una pecera…
Es lo que pasa cuando sales a lugares nuevos.
No puedo soportarlos, pero parece que me persiguen. Cuando entro en el ascensor, tengo uno grande que me mira fijamente y con provocación. No respondo a su mirada y le doy al botón de bajada.
Esta mañana, al entrar en el baño, mi mirada tropezó con la suya. No me gustó lo que me dijo. Me cogió desprevenida, pero no me dejé amilanar y respondi con resolución:
-¡ Soy atractiva, pero no me cuido…!
Apagué la luz y salí con cara de cabreo.

jueves, 11 de agosto de 2011

Está rara...

Esperaba con ansia su llegada. Me asomaba al pasillo y escuchaba. Fueron muchos los días aburridos y sin compañía alguna. Aquel día, a primeras horas de la tarde, oí el llavín de la puerta. Alborozada, salí a su encuentro. Dejó la maleta en una esquina del pasillo y miró alrededor. Percibí en su mirada un gesto de desaliento. Tímidamente le dirigí una sonrisa. No hubo respuesta a la misma.
A medida que se sucedían los días, vigilaba sus movimientos. Empecé a sospechar, a primeras horas de la mañana, que las cosas no iban bien. Sus despertares eran perezosos y solía levantarse tarde. Incluso abriendo la persiana de su dormitorio, lo hacía muy despacio. En esa lentitud de movimientos, había mucha indiferencia para saludar al nuevo día que comenzaba. Sus pasos eran arrastrados. Preparado el desayuno, se ponía delante del televisor. Su mirada estaba vacía. Más tarde la veía dirigirse hacia el rincón donde está el ordenador. Encendía el mismo, colocaba los dedos delante del teclado y miraba hacia la pantalla. Curioso. Esos dedos bullangueros y con ganas de meneo, ahora permanecían quietos e indiferentes. La pantalla, con gesto interrogante, se quedaba en blanco…
Confieso que empecé a preocuparme. Las cosas habían cambiado mucho. Permanecía mucho tiempo en casa. No había caminatas por el paseo marítimo, largos en la piscina, degustación en la cafetería del barrio, del chocolate con churros. De tarde en tarde, se calzaba las zapatillas de deporte y salía por la puerta. Sin decir palabra alguna, me ponía a su lado y la acompañaba en esa “presunta caminata” Al llegar a la esquina de la calle, miraba con gesto indeciso. Se percibía ante su actitud desconcertada y pensativa, que no sabía que camino andar. Con gran desazón por mi parte, la veía dirigirse al lugar de partida y encerrarse de nuevo, en el domicilio particular. Un día quise hacer pesquisas y formulé la pregunta curiosa:
- Te noto rara, querida amiga, ¿puedo hacer algo por ti?
No hubo respuesta alguna, pero yo seguí insistiendo. Su respuesta aireada y brusca, me dejó alucinada:
- ¡ Lárgate, puñetera, estoy cansada de llevarte siempre a mi lado. Hace tiempo que me has agarrado de la mano y quieres venir conmigo a todas partes. Eres aburrida y no se puede hablar contigo de nada. Te limitas simplemente a escuchar, pero por tu parte, no hay respuesta alguna. Necesito que desaparezcas de mi vida. Quiero sentirme viva y que ese monólogo que mantengo contigo, se convierta en diálogo…!
Desde aquel día, no he vuelto a insistir. Estoy desconcertada. A raíz del regreso de su viaje, es otra persona. He decidido salir en busca de otra compañera con aires verbeneros. Aunar su soledad con la mía.
Está rara.

martes, 9 de agosto de 2011

Retorno a la tierra...


Ante el despegue del avión, miró por la ventanilla y le pareció ver en la lejanía el mar. Dos lágrimas que no querían esconderse, rodaron por sus mejillas. Retornaba, pero lo hacía sola.
Su compañero de viaje se quedó en otro lugar…
A medida que el aparato se introducía entre las nubes, dejó que su pensamiento fuese con ellas…
Meses atrás, en un país europeo, su padre preparaba con ilusión ese viaje. Quería retornar a la tierra en la que había nacido. Enseñar a su hija los rincones y lugares que conocían mucho de él. Años atrás lo dejó todo. Y en ese todo, estaba la leira, el horreo, el horno donde se cocía el pan, la campiña con el rocío de la mañana posado en sus verdes hojas...
Subió en ese barco y fué a buscar lo que no tenía dentro.
Años jóvenes en los que se emigraba. En el hogar paterno, se hubise querido que el muchacho se dedicase a las faenas pesqueras como había hecho el padre y el abuelo, pero el joven tenía ansias de buscar nuevos horizontes y no se conformaba con la pecera que adornaba el aparador y decidió cruzar los mares. Fueron años duros, solitarios y de intenso trabajo para intentar salir adelante.
Era mucha la distancia que mediaba y nuestro amigo, para acercar la lejanía, hacía truco. Cerraba con fuerza los ojos y se trasladaba…
Podía ver el faro que alumbraba a las barquichuelas perdidas en medio del mar, el vuelo de la gaviota a ras de tierra, la mazorca dorada en la leira, el olor de la tierra mojada tras la tormenta de verano ¿ y como no recordar los pasos cansados de esa abuela con su boca desdentada, que ofrecía al nieto la brona recién cocida en el horno, acompañada de una humeante taza de chocolate?
Días de niñez que habían dado paso a otros…
Sentía el ansia de volver con la hija huérfana de madre a temprana edad, que un día meció y acunó en sus brazos.
En las noches en que la pequeña no se dormía, el padre le hablaba de la tierra gallega.
Un día se extendió un mapa y con ilusionada alegría se preparó el ansiado y añorado viaje.
Ya en la tierra, patearon la ciudad. Fueron días movidos y precipitados en los que se hicieron diversas visitas a monumentos, romerías, la aldea donde habían transcurridos muchos de sus veranos...
En ese recorrido, no faltó la visita a la calle de las tascas en las que se degustó
todo tipo de viandas, regadas con buen vino del ribeiro.
No quisieron retornar sin hacer visita al Apóstol Santiago.
El día antes de emprender el regreso, decidieron hacer fotos.
Bajaron a las rocas e intentaron buscar la mejor panorámica. Aquel día el mar había amanecido torcido y dejaba asomar a sus fauces, blancos y furiosos espumarajos.
En un momento determinado cuando la cámara lo enfocaba y dejaba asomar una sonrisa feliz a sus labios, un golpe de mar traicionero lo agarró por la espalda y se lo llevó mar adentro…
Su hija, despavorida, solo pudo decir:
- ¡! Padre, vuelve ¡!
El helicóptero de salvamento merodeó la zona, pero no se pudo hacer nada.
El avión retornaba al lugar de partida. La joven muchacha, llorosa y afligida, retornaba sola.
Su querido padre que había decidido volver a visitar la tierra, se quedaba para siempre...

miércoles, 20 de julio de 2011

Un brindis frustrado

Sería estúpido decir en el día a día que tienes la suerte de vivir, que no hay nada que contar. Si abres los ojos, te desperezas, subes las persianas, contemplas el careto del nuevo día, introduces los pies en las zapatillas, vas a la cocina y preparas una taza de café cargadito con tostadas de mermelada de arándanos, atas los lazos de las playeras de deporte, y sales por la puerta de casa, lo demás te “espera” fuera…

Me lo dijo la voz de dentro:

- Rosa, ¿no te gustaría descorchar y brindar?

No ha lugar, precisamente, a muchos brindis, pero no quise defraudar el buen consejo.

Decidí comprarme un pulpo con largos tentáculos para que enredasen en mi paladar. Ya preparado el mismo, procedí al descorche de la botella de vino blanco. Introduje el instrumento en el corcho y apreté. Por más que empujaba hacia fuera, no había forma. Observando el rubor del sacacorchos, me di cuenta de lo que había sucedido. Fue un enamoramiento. El pobre hace tiempo que está solo y sin catar… Ayer, en esa cocina cálida y confortable, notó su presencia, su sabor dulzón, el chispazo que produjo cortocircuito, y se dijo:

- Aquí me quedo…

Fue un beso prolongado, por ambas partes...

La escena no podía ser más ridícula. Un pulpo en la mesa impacientándose a ser degustado, una botella llena de rico caldo esperando por la copa de fino cristal, un sacacorchos atrapado en el corcho goloso y ventoso que no quería soltarlo...

¿Qué hago?

Fácil respuesta. Cogí una bolsa de basura y los introduje con rabia rabiosa, a todos ellos. Esta mañana abrí el contenedor y les dije un adiós silencioso. Sentí a la amiga tristeza, cayendo sobre mis hombros como una losa.

En cuanto al pulpo, no me supo a nada. Abrí el grifo y llené un vaso de agua…

La moraleja que saco de esta estúpida y verídica historia, es que ese brindis no estaba dispuesto para mí… habrá que seguir esperando.

Para despejar mi frustración decidí salir a dar una vuelta. Enfilé los pasos hacia la fuente de los surfistas. Una pareja lanzaba al aire a su pequeño cachorrillo que nadaba con sus patitas cortas, entre las figuras de bronce. Al salir del agua sacudió vigorosamente su cuerpecito. Me alejé del lugar con la escena puesta.
Pienso en los libros de cuentos. Hay varios títulos que martillean en mi mente: Caperucita Roja y el lobo feroz; Ali Baba y los 40 ladrones; Las Mil y Una Noches…

martes, 19 de julio de 2011

Visita a Santiago

Deseando volver al lugar, encaminé mis pasos hacia la estación. El día, como siempre, lluvioso. Dentro del vagón, sentí la sensación de confortabilidad que no encontraba fuera. Me dispuse al viaje. A medida que las ruedas avanzaban por la vía, me adentraba en el verdor de la campiña gallega. Ante mí desfilaban las vacas pastando en el prado, los hórreos en los que Manoco en la aldea, guardaba las mazorcas de maiz, los labradores con sus aperos, labrando la tierra…

Sentí una cálida sensación de sosiego, placidez y paz. A la llegada a Santiago de Compostela, enfilé hacia la Catedral. El ambiente en las calles era festivo. Personajes variopintos llegados de todas partes del mundo, miraban alrededor y se paraban en los escaparates.

Traspasando la puerta de la Catedral, palpé el escalofrío que produce la emoción.

Iba preparada para el encuentro con todos ellos. Algunos de esos encuentros, son placenteros y los dejas que reposen; otros, les pegas manotazo para que salgan huyendo y no lleguen a posarse en una esquina del corazón.Van y vienen. Son como las gaviotas que vuelan el monte y cuando ven peligrar el plumaje de sus alas, remontan el vuelo y buscan horizontes amplios y diáfanos.

Tomé asiento en uno de los últimos bancos y esperé…

El incienso del botafumeiro me recordó aquella lejana mañana…

La niña, que un día fui, miraba asustada hacia arriba. Su querido padre, percibiendo sus ojos asustados, quiso disipar el miedo y agarró fuertemente esa pequeña mano. En los momentos que rememoraba aquel instante lejano, estaba sola... no había ninguna mano tendida que cogiese la mía...

Por mucho que te esfuerces es imposible evitarlo. La nostalgia hace acto de presencia y emborrona la mirada…

Salí de la Catedral y enfilé mis pasos hacia el Paseo de la Herradura. Busqué un banco. Una joven pareja se miraba a los ojos. La muchacha, bonita, tenía una larga trenza que le llegaba a la cintura. Miraba con ojos ilusionados al jovenzuelo que estaba a su lado. Los primeros aleteos… las primeras sensaciones… el primer beso. Otra escena de la alameda, captó mi atención. Dos ancianos daban de comer a las palomas. De un pequeño saquito, extraían pan desmigajado. Ante esa escena, no pude dejar de sentir un aguijón envidioso. Esa pareja anciana, llevaban recorrido un largo camino. Esperaban juntos, el momento de partir hacia otros lares...
Abuelos y abuelas paseaban en cochecitos, adornados con lindas colchas, a sus nietos. Es la vida que sale al encuentro. A medida que escribo, noto que me estoy invadiendo de morriña, saudade, melancolía…

Decidí retornar al lugar de partida. A punto de dirigirme a la estación, quise dar una última vuelta. Anduve las callejuelas y me paré en un puesto de souvenir. Decidí comprar una pulsera de jade.

Recostada en el asiento del tren, pensé en el día vivido en Santiago de Compostela. Busqué el bolso y cogiendo la pulsera de jade, acaricié sus cuentas.

Pensé en el Apóstol Santiago. De muchos lugares del mundo, acudían los peregrinos a mirarse en su mirada...

lunes, 18 de julio de 2011

Ese grupo...



Transitando por una céntrica calle de la ciudad en la que resido, me fijé en una pequeña caja de madera que estaba en un rincón. El dueño de la misma, medio derrumbado en el mostrador del bar y ante una copa de vino, esperaba...
Se nota que hay crisis mundial y todo se para. Esa caja de madera que vivió sus momentos de esplendor y brillo, lucía con gesto aburrido y cansado.

Al dandi, con clavel en la solapa y pañuelo de seda en el pescuezo, sí le importaba que los zapatos luciesen brillantes, y buscaba los servicios del limpiabotas. Sentado con el periódico en la mano, se dejaba hacer. El que hacía, arrodillado a sus pies, daba paso a la sonrisa del betún, el cepillo, y la bayeta que iba a rematar la faena.¡ Con gestos vigorosos, frotaba y frotaba!

Alegría por parte de todos. El limpiabotas se había ganado el jornal, el cliente bailaba claqué con sus relucientes zapatos y la pequeña y humilde caja de betún que tiene un papel importante en esta historia, se sentía satisfecha por los servicios prestados.

Eran otros tiempos..

Necesitada del sosiego que no tengo, abro ese libro y me pierdo entre sus páginas. Las enseñanzas de Buda, transportan serenidad a mi espíritu.

Por el ventanal de mi salón, ha pasado una gaviota. Enfila hacia el mar. Dejo que mi pensamiento vuele con ella, y me traslade al barrio donde transcurrió mi niñez y parte de mi juventud...

Por la empinada cuesta bajaban los gitanos con la escalera, el organillo y la cabra.

Situaban los bártulos en el centro de la calle para tener acceso al mayor número de ventanas. Al son de la música, el animal subía los peldaños de la escalera. Se contenía el aliento observando sus roñosas patas camino hacia la cima. Al llegar a la cúspide, nuestra amiga la cabra, hacía cabriolas en el aire y apoyaba el peso de su cuerpo en sus viejas y cansadas patas. Las notas musicales del organillo se perdían en el aire, sonaban los aplausos por parte del espectador, y era entonces cuando desde esas ventanas, llovían las monedas que caían a la calle. Recuerdo al pequeño gitanillo corriendo de un lado a otro de la acera e introduciendo las perras dentro de la pandereta.
Los gitanos, el organillo, la cabra, y la escalera, se alejaban en busca de nueva clientela.
Aquel grupo, calle abajo, despertaba en mí una extraña sensación que me hacía pensar en la soledad de todos ellos...

sábado, 16 de julio de 2011

Lo que hay detrás...

A pesar de haberme dado el chivatazo y recomendarme que esperase a las “terceras rebajas”, no pude evitar ir al Centro Comercial a merodear y ver de que se trataba…

Más o menos lo de siempre. Viendo todo a precio de saldo, no puedes dejar de hacerte preguntas:

- ¿Cómo es posible que al comerciante le quede tanto margen de ganancia?

No cabe duda que nos achicharran por todas partes, pero es lo que hay y no tenemos otra…

Cogí varias prendas y me dispuse a entrar en el probador. Lo hice con miedo y aprensión porque sabía lo que iba a encontrarme. Estaban uno enfrente del otro. Mi cara antipática y resentida, apenas les dirigió mirada alguna. Me hice la sueca. Por mi parte sabía, a ciencia cierta, que ocupaba un “espacio determinado” en ese probador y con eso ya era bastante. Cuando se conoce la respuesta que esos espejos van a darte, no ha lugar a consulta alguna. Son rencorosos e intentan, de alguna manera, fastidiar a la coquetuela de edad madura, que busca el glamour ausente.

Me probé la prenda. Dirigí la mirada hacia mí misma, y pude percibir que lo ajustado “aprieta”. Por tanto, decidí hacer retorno a la percha. Por cierto, todas intactas y sin rotura alguna...

Camino del domicilio particular, decidí pasar por la pescadería. Al reclamo del pescadero, hice la pregunta pertinente:

- ¿Me garantiza que el pescado no tiene espinas?

- ¡! Tranquila señora, no hay problemas ¡!

Salí del establecimiento. Ya lo comenté en otro lugar. Desde el día que me tragué una espina y el señor galeno, muy serio él, comentó:

- Señora, las espinas hay que arrancarlas porque de no hacerlo, corre el riesgo de que perforen por dentro…

¡¡No, no estoy por la labor de perforaciones de ningún tipo!! He pensado que de ahora en adelante, voy a arrancar las espinas que en el transcurso de los años se han incrustado en mi corazón.

¡! Por supuesto que sí ¡!

Sigamos pues, con la perorata. Subiendo la cuesta, pensé en el espejo del cuarto de baño. Es grande y está empotrado en la pared. Años atrás cuando el cutis estaba lozano y terso, me miraba y coqueteaba con su luna. Sonreía, hacía guiños picaruelos, fruncía los morritos… entre los dos había complicidad y nos gustaba cruzar la mirada...

Claro que el tiempo pasa y las cosas cambian de colorido. Ya no hay morritos, ni sonrisas, ni miradas cálidas y coquetuelas…

La arruga se ha quedado anclada y no precisamente en el pasado... No, está en el presente. Lucen las ojeras y dejan ver la traición de Morfeo.

Fue una lucha encarnizada la que mantuve con ese espejo. A tempranas horas de la mañana, entraba en el baño y eludía su mirada. Cubiertas las necesidades que tenía que cubrir, salía de puntillas para no llamar demasiado la atención. Por supuesto, todos estos movimientos a oscuras. ¿Qué necesidad hay de encender luces y vislumbrar las tristes realidades?

Hay que evitar cosas y escenas que te perturben. Y si tienes que jugar el papel de esconder la cabeza como el avestruz, lo juegas. Se había declarado una guerra infernal, y entre nosotros dos, no existía cruce de ningún tipo.
Una mañana al entrar en el domicilio particular y musitar silenciosamente: “espero no haber recibido visitas” /aquella temporada, había alguna entrada que otra/ me dirigí hacia el salón. De pronto, me pareció oir un lamento que procedía del baño:

- Rosa, ayuda…

Sacudí la cabeza y pensé en mi amigo el psiquiatra. Tenía que comprarme un perro de compañía porque la soledad me hacía oir voces. Seguí con los quehaceres y de nuevo, escuché el lamento:

- Rosa, auxíliame…

Corrí despavorida hacia el lugar.
Lo que contemplé, me dejó helada. El espejo, de grandes dimensiones, colgaba suspendido en el aire por dos cables que llevaba a la espalda y pendía a ras de suelo. El pobrecillo me miraba con ojos agonizantes y pude ver que estaba a punto de soltar dos grandes lagrimones...

¡¡ Me uní a su llanto y rápidamente puse manos a la obra!! Llamé a la constructora que me había vendido el piso y me enviaron con carácter de urgencia, al cristalero que en su día había instalado la luna.

El hombre ante el espectáculo, se quedo blanco como el mármol y tras proceder rápidamente a enderezar al pobrecillo y meter la mano en la caja de las herramientas, dijo lo siguiente:

- Señora, llevo muchos años de oficio. ¡! Jamás en la vida, he visto algo igual ¡! Este espejo, no se ha “caído ni despegado solo de la pared”

¡¡Me impactaron sus palabras!!

El tema se ha quedado en historias sin resolver.

No quiero terminar sin comentar algo. Con motivo de la visita de uno de mis hijos y ante la observación:

- Mamá, te voy a colocar las bombillas pequeñas que te faltan en el espejo del baño.

Salí rauda y veloz a su encuentro y le dije:
- ¡! No hijo, déjalo, mejor no saber que es lo que hay detrás…

viernes, 15 de julio de 2011

Meta que espera...

Las agujas del reloj marcaban las ocho de la mañana. Bajando la cuesta camino de la parada del autobús y mirando alrededor, sentí indecisión y asombro. Por un momento pensé que el despertador me había jugado una mala pasada. El paisaje que me rodeaba era extraño. Las luces de las farolas estaban encendidas y era noche cerrada. Me hice la vana ilusión que el tiempo se había metido en una burbuja y se había parado.¡¡ De ser así, mi vida podría prolongarse y no me daría miedo alguno a soplar la vela del próximo cumpleaños!! Seguí dando pasos silenciosos, para no dar lugar al despertar de esa ensoñación.

Mi ánimo y esperanza decayeron al observar a la dueña del kiosco arrodillada dentro del escaparate, colocando las últimas publicaciones. La escena que en un primer momento pensé que había parado el tiempo, siguió cobrando vida al percatarme que un grupo de jóvenes alegres y dicharacheros, esperaban en la parada del autobús. A sus espaldas portaban carteras en las que llevaban la enciclopedia de la vida.

Miré hacia arriba. No me gustó el semblante de la luna. Lucía de distinta manera a la observada, desde mi ventana, la pasada noche. Su media cara no tenía brillo y parecía cansada. Tuve la sensación, viéndo su careto descafeinado y pálido, que la noche había sigo toledana y de picos pardos… es comprensible viendo las juergas de otros, que de vez en cuando te apetezca vivir la tuya propia.

Al ver acercarse el autobús, me di cuenta que la vida seguía andando…

El tiempo no perdona. Avanza y marca las horas. Esa escena que parecía dormida contemplada a primeras horas de la mañana, no dejó de ser una vana ilusión…

Las burbujas de jabón que flotan en el aire dejando ver el arco iris, terminan rompiéndose y regando el asfalto de agua sucia y jabonosa.

No se puede parar el tiempo y pedirle que nos de tregua en esa andadura…

Hay una meta que espera…

Largo recorrido...

Se sentía extenuada y ansiaba la llegada a su destino. Le resultaba crispante el ruido de las ruedas y ante las sacudidas de los baches, sufría fuertes sobresaltos. Tenía el presentimiento que el lugar a donde iba a parar, no iba a ser de su agrado. Tras ella, se había quedado un paisaje muy distinto. Suspiraba ante el recuerdo de las calientes aguas de Ipanema, el cubata de ron en las noches ardientes, y alguna mañana que otra de domingo, un rápido recorrido por las Fabelas.

Había trasiego en el compartimiento y poco espacio para sentarse. Disimuladamente posó la mirada sobre sus compañeras de viaje. Por sus indumentarias tuvo la sensación que procedían de provincias. Por más que rastreó la zona, no vio a nadie con aspecto cosmopolita. El viaje era pesado y ante una nueva parada, se agitaba bruscamente. Sintiéndose observada, no pudo disimular un gesto de desagrado. La curiosidad de otros erizaba sus nervios. Ensimismada en sus pensamientos, escuchó la voz de la que estaba a su lado.

- Perdona la intromisión, pero no dejo de observarte y por tus pronunciadas ojeras denoto que estás muy cansada. ¿Vienes desde muy lejos?

¡! Que mentecata – pensó - ¿y a ella qué le importa?!!

Era persona educada y por tanto, se vió en la obligación de responder a la pregunta:

- Sí, llevo encima muchas horas de viaje y estoy agotada. Tú, luces fresca y lozana.

- Hace escasas horas que me he hecho la toilette. Procedo de una pequeña aldea de Galicia. Viajo con mucha frecuencia. Me siento contenta porque se espera mi llegada con ansia. Saber que eres bien recibida se agradece. Es reconfortante sentir la caricia de esas manos cálidas y apasionadas ¡! Que tonta, me estoy poniendo romántica ¡! Espero que mi perorata no te resulete molesta. Últimamente no hay mucho trasiego por el lugar. Antes coincidíamos un grupo procedente de muchos lugares, y el trayecto resultaba ameno y bullanguero. ¡Las cosas han cambiado y ese personal ha menguado lo suyo! Como habrás observado, se hacen numerosas paradas y las carreteras no están muy católicas que digamos. Habría que dar un toque especial al Ministerio de Obras Públicas. Te aseguro que se arreglarían muchas cosas en este pais. Por lo de pronto, el pavimento y los bolsillos deteriorados de miles de parados que esperan ansiosos volver a andar el camino. La aldea de la que he salido, exceptuando alguna romería que otra, tiene pocas distracciones. De vez en cuando, hay que echarse una canita al aire y beber el trasiego de la capital.

La dicharachera parlanchina sorprendida por el silencio de su compañera, dirigió su mirada hacia ella. Un gesto de horror, se dibujo en su careto ¡¡ se había quedado dormida!!
Comprobó que en su vestimenta, lucían complementos de variado colorido.

Asomando el morro por un pequeño ángulo, pudo ver con deleite que llegaba a su destino. Sorteando obstáculos por el estrecho pasillo, se preparó para la salida.

Tras la parada consiguiente, las ruedas prosiguieron su recorrido.

El fuerte traqueteo del viaje, hizo que nuestra amiga, la brasileña, se despertase bruscamente. Miró alrededor y vio con sorpresa, que el recinto se había quedado prácticamente vacío. Con un prolongado bostezo, se estiró voluptuosamente. Ante ese largo trayecto desde tierras lejanas, sintió innumerables dudas. La enviaban al encuentro de seres desconocidos. Por otro lado, las noticias que llevaba para ellos no eran precisamente muy halagüeñas. Tuvo el presentimiento que no iba a ser bien recibida. Se encogió ante el frío húmedo del ambiente. La lluvia repiqueteaba con fuerza en el techo. El largo trayecto la estaba agotando. A punto de mecerse en los brazos de Morfeo, una fuerte corriente de aire seguida de viva luz le pegó sacudida.

¡¡Alguien la agarraba y la empujaba fuera del recinto!! Miró con gesto furioso hacia esa mano varonil que la apretaba y no la dejaba respirar. Fue pavor lo que experimentó. Quiso gritar, pero de su boca sellada no salió sonido alguno...

El cartero entró en el portal y miró atentamente los buzones. Cogió ese sobre azul profusamente emperifollado de sellos y que procedía de Brasil, y lo introdujo en el pequeño buzón.

La oscuridad absoluta rodeó a nuestra amiga la carta. Tiritando, se preguntó asustada: ¿Cuándo vendrán a recogerme?

El carrito del reparto, siguió calle abajo. Otros esperaban noticias…

jueves, 14 de julio de 2011

Un tren sin parada

La conocí en la farmacia. Escuchando el timbre de su voz, barrunté que era de la tierra. Con una tonta disculpa, le formulé una pregunta. Desde aquel momento iniciamos una buena amistad. Rezábamos credos distintos, pero ello no era óbice para sentir por ambas partes, un respeto mutuo.
A media tarde vestíamos ropa cómoda y dábamos largos paseos por la urbanización donde residíamos. Sonrío recordando la escena. Había un banco de piedra en el que finalizada la larga caminata, se hacía parada y fonda. Jamás fue ocupado por otros vecinos; de alguna manera, dejaron que lo hiciésemos nuestro.
Lo importante cuando surge la confidencia, es encontrar al confidente apropiado y saber que la misma queda a buen recaudo y nunca va a ser traicionada. En uno de aquellos paseos, mi amiga Luisa, hizo un comentario:
- Rosa, va a ser mi cumpleaños y no quiero pasarlo sola ¿te apetece acompañarme al teatro a ver una representación musical?
¡ Por supuesto acepté encantada la invitación!Lá última vez que había ocupado una butaca en el teatro, fué para ver la representación de "Rosas de Otoño". Desde entonces, muchas lluvias y vientos habían deshojado las hojas de esas bonitas rosas otoñales...

Llegó el ansiado día y acicaladas un poco más de lo habitual, dirigimos nuestros pasos hacia ese teatro. Traspasado el recinto, pude comprobar que el mismo, estaba abarrotado de féminas de edades similares a las nuestras.

La madurez había salido al encuentro del pasado, ahora presente, que nunca deja de permanecer. Esperábamos impacientes, la subida del telón. No tardó mucho en dejarse oir la melodía.
¡ Se rascaba el recuerdo y a través de los años 60, 70, 80, fueron desfilando ante nuestros ojos, distintas etapas de nuestras vidas…!

Esos guateques familiares y “muy vigilados” en los que el pikú desgranaba las voces melódicas del momento y daba paso a la juvenil emoción, seguida de recatada caricia.

Más tarde, cuando los uniformes de colegiala se colgaban de la percha, se cortaban las trenzas, se peinaba la corta melena, se calzaban zapatos de tacón, se cubrían las mejillas de colorete, se daba toque de rosa carmín en los labios y se iba en busca de esa pista de baile en la que se bailaba el Rock an roll de Elvis, se besaba el primer beso, se iniciaban relaciones que salían al encuentro del primer amor...

Nuestras miradas expectantes, seguían fijas en el escenario. Al surgir una nueva década con su correspondiente melodía y ante el pensamiento de lo que fué, surgía la emoción dormida. ¡ Dulce juventud que te has quedado en el camino; sueños cumplidos y no cumplidos; ansias de conocer lo que no has vivido...!

Llegó el momento de poner fin al espectáculo. Ante la bajada del telón, buscamos la salida. Las palmas de mis manos estaban enrojecidas por los merecidos aplausos.

Por unanimidad, se decició culminar la tarde con una apetitosa merienda. Entre churro y churro, mojado en el espeso chocolate, percibí en la mirada de mi buena amiga, un brillo apagado. Me extrañó su gesto serio y pensativo. Momentos antes, se encontraba feliz y radiante. Pensé que posiblemente el haber vuelto a la realidad de lo que era, había dado paso a la nostalgia del tango. Observando sus ojos, no pude evitar formularle la pregunta:
- ¿ Va todo bien?
Su comentario me desconcertó:
- Rosa, me gustaría coger un tren sin parada..

Cumplía años que eran jóvenes y tenían mucho que vivir, pero su voz sonó cansada.

Seguimos viéndonos y frecuentando lugares. Por circunstancias de la vida que gira y gira y en ese girar te atrapa en medio, tuve que hacer traslado de domicio y con el mismo, perdí su pista. Ante su ausencia, no puedo dejar de preguntarme:
- ¿Habrá cogido ese tren sin parada?

domingo, 10 de julio de 2011

Cálido verano

Miré el reloj. Las siete de la mañana. Había tiempo para seguir durmiendo, pero me apetecía saludar a la amiga cafetera. Calcé mis zapatillas que me esperaban a los pies de la cama y me dirigí a la cocina. Abrí la persiana y conversé con el día:

- ¿Como andamos?

Se encogió de hombros y no contestó. No hizo falta que lo hiciese. Percibí enseguida que la cosa estaba mal. Asomaba a su semblante el viento, la niebla, el frío... y presentía que, de un momento a otro, iba a ponerse a llorar con fuertes lagrimones. No quise insistir ni hacer que se sintiese incómodo. Miré hacia otro lado y respeté su intimidad.

Cuando un paisaje no te gusta, te tienes que buscar otros más gratificantes. Traspasando con la mirada el monte, me fui tras él…

Aquella mañana salimos muy temprano. Mi querido hijo me acompañó a la estación.

Me dirigía a la costa a pasar unos días de asueto. Al llegar a la estación de una ciudad levantina, busqué a los míos. Allí estaban, esperándome. ¡Es maravilloso saber que cuando llegas, alguien espera!

Me gustó la casa. Tenía dos plantas y era espaciosa. Rodeaba la misma, un frondoso jardín con altas palmeras. Una piscina cuidada y de limpias aguas, hacía guiño a ese calor sofocante para que entrase en ella y la recorriese…

Fueron días inolvidables, agradables y cálidos. Baños en el mar, comidas al aire libre, atardeceres rojos, oscuros anocheceres llenos de significado...

La casa tenía bodega. Un par de veces, me adentré en la misma. Buscaba un buen caldo que diese gusto a mi paladar, pero no hubo suerte en la elección. Las botellas elegidas, tenían sabor ácido y agrio.

Es difícil escribirlo todo. Intentas que se consuma la tinta del tintero, pero termina quedando algo en el fondo del mismo. ¡! Lástima, porque de alguna manera, son sensaciones y emociones que se quedan en blanco!!

Una tarde llamamos al fontanero. Había desperfectos que arreglar. El hombre entraba y salía con frecuencia. De pronto, ese paisaje de verano se había tornado lluvioso y frío. Sentada confortablemente en mi butaca, observaba las entradas y salídas del fontanero. Portaba en la mano una caja de herramientas. De mediana edad y vistiendo un mono azul añil, presentaba un aspecto bondadoso. Sus salidas frecuentes hacia una furgoneta aparcada en la calle, me hicieron ver que ante la lluvia copiosa, se estaba empapando. Sentí pena por él. Me levanté de la butaca y busqué un paraguas que lo cubriese. Cogí uno que había en el perchero. Cuando estaba a punto de salir de nuevo, le dije:

- Coja el paraguas, que se está mojando...

El hombre se resistía. Forcejeamos un buen rato. Al fin, viendo mi aire firme y decidido, hizo caso a mis ruegos.

Contemplándolo atravesar el jardín con el paraguas abierto de lunares, recordé una película musical. Decidí ponerle a su vida y a sus zapatos sucios de barro, notas musicales. Fue entonces cuando en esa lluviosa tarde de un cálido verano, ese hombre que transportaba una caja de herramientas se vió dando alegres pasos de claqué por el pavimento mojado del jardín.

¡¡Me quedo con mucho de aquellos días!! Pequeñas roturas en las figuritas de los angelotes de escayola, una vieja tumbona, un cenador con mesa y bancos de piedra, largas palmeras que nos daban sombra, caracoles posados en las verdes hojas…

¡¡ Oigo las risas alegres de mi nieto!!

Lo más hermoso de aquel verano...

sábado, 9 de julio de 2011

Un día en el metro

Me adentré en el metro. Un día como otro cualquiera. Ya en las profundidades de la tierra, se agradece la bocanada de aire caliente que te envuelve. Haciendo recorrido y siempre con el pensamiento entretenido en otros lares, escuché las notas que provenían de un saxofón. Seguí andando en busca de las mismas y un poco más adelante las encontré flotando en al aire. El hombre joven que soplaba con fuerza el saxofón, vestía con elegancia.

Chaqueta de cuadros negros y rojos, camisa blanca, pantalón oscuro y zapatos relucientes. En el cuello, lucía una pajarita. Los cabellos cuidados y oscuros, se peinaban hacia atrás.

Me gustó lo que escuché y decidí formar parte del grupo. Con los ojos cerrados, se contorsionaba con rápidos movimientos. Ante gestos y situaciones, le pongo alas a la imaginación y permito que me lleve con ella. La persona en cuestión, no se encontraba en un pasillo de metro de una ciudad cualquiera. No, él permanecía, sábado noche, en un club nocturno de la Sexta Avenida de Nueva York.

Su público, entre trago y trago y bocanada voluptuosa de cigarro, lo observaba en el escenario y ante esas notas musicales, daba paso al deleitoso estremecimiento.

Finalizada la interpretación, se escuchaban ruidosos aplausos. Los espectadores que momentos antes se extasiaban con la música, se dirigían hacia la salida en busca de la negra noche. Las luces del local se apagaban y esperaban el encendido de la próxima actuación. Mientras la misma no acontece, volvemos al pasillo de ese metro…

Los movimientos del músico, antes rápidos y trepidantes, habían dado paso a la lentitud sensual. En el suelo, el estuche de su instrumento musical recogía la caridad del viandante.

Me alejé en busca del andén que me llevaría a mi destino.

No sé por qué razón suelo toparme en las esquinas de las calles con escenas que hacen que pare pasos. Un grupo de personas contemplaba algo. Un peruano tallaba un trozo de madera. Hincaba su pequeña navaja de mango muy gastado, en la misma. Trozos de esquirlas, saltaban por el aire. En el suelo, se amontonaban las virutas. A medida que trabajaba, se iban modelando los rostros de las figuras que representaban la Sagrada Cena.

Observé su rostro de piel cetrina. Se mostraba taciturno y pensativo. Contemplando su obra pensé que me gustaría, finalizada la misma, que adornase en un rincón de mi salón.

Recordando al saxofonista del metro, al retratista que dibuja al carboncillo en los viejos cafés, la violinista húngara que acaricia las cuerdas de su violín, y al escultor que modela la madera, el pensamiento habló solo: ¡ Lástima de un mecenas.

El Arte sale a la calle. Lo encuentras en una esquina, un andén de metro, un parque…

No han tenido oportunidad del reconocimiento de sus obras. Algunos de ellos, ante su buen hacer, podrían haber conocido el placer de la gloria en un escenario de cualquier parte del mundo, un estudio, una galería...

Esos rincones, por el momento, están vedados para ellos.

A punto de alejarme volví a fijarme en el rostro del hombre que tallaba…

Él, al igual que el músico del metro, se encontraba lejos del lugar. Lo imaginé recorriendo los frondosos bosques peruanos que posiblemente sabrían mucho de sus andanzas infantiles y juveniles. Un día por la razón que fuese, abandonó la tierra y salió en busca de otros caminos...
Claro que la nostalgia por mucho que te alejes, permanece a tu lado.

miércoles, 6 de julio de 2011

Dos gatos y un ratón

Contemplo indecisa, el carrito de la compra.

- ¿Lo llevo o no lo llevo?

Al final decido que no. No ha lugar a tirar de sus ruedas. Es poca compra la que hay que hacer. Con una simple bolsa de plástico, más que suficiente. Encamino mis pasos hacia al Centro Comercial.

Ya en el lugar, tienes opciones varias. Decido degustar la hamburguesa con mostaza, mayonesa y kechup. Entre bocado y bocado, suena su voz sofocada:

- ¡! Ya era hora que te acordaras de mí, me tienes en el mas triste de los olvidos ¡!

Hay que dar complacencia a todo. Incluso el colesterol tiene que tener su momento de gloria.
A punto de salir del Centro, me voy en busca de esa escena armónica que lleve la paz a mi espíritu. El establecimiento de animales hace esquina y está en la primera planta. A través del escaparate fijo mi atención en los dos gatitos de angora. La idílica escena me invadió de un agradable sopor. Fue una sensación parecida a la que experimento cuando hago visita al botiquín…

Los dos animalitos le daban pataditas al ratón de plástico. El roce hace el cariño y tuve la impresión, contemplando sus miradas, que ese ratoncito con expresión traviesa y bigotes tiesos, despertó entre los felinos, un pellizquito ardoroso. Y pasó lo que tenía que pasar. A Cupido se le cruzaron las flechas y surge el sentimiento de los celos. La camaradería, amistad y lealtad, dan paso a la rivalidad. Uno de los felinos pisó al ratón con aire posesivo. Al que estaba al otro lado del escaparate, esa actitud arrogante no le gustó y a traición y sin previo aviso, levantó la pata y pegó zarpazo.

¡! Fue una lucha fiera y encarnizada ¡! Los pelos brillantes y sedosos, flotaban en el aire. La mirada grisácea y dulzona, se llenó de ira roja. Los espectadores seguíamos, con expectación, el desenlace de la contienda.

Viendo que la escena se encendía y daba paso a las brasas, la sensibilidad que llevo escondida en la entraña, hizo acto de presencia.

Fue superior a mis fuerzas y decidí hacer mutis por el foro. A punto de batirme en retirada, miré hacia el ratón. En su hocico, se dibujaba una sonrisa de orgullo vanidoso. Un reto a dos, por su insignificante persona. De cazado, se había convertido en cazador…
Salí a la calle nerviosa. Doblando la esquina, me hice una pregunta silenciosa: ¿Qué sexo tendrían los gatos?

Ya no estaba

Escucho música. Cuando ello acontece, se revuelven los recuerdos. Predominan, entre ellos, los nostálgicos y los que dejan aflorar la melancolía. La música tiene sus momentos. Si la escuchas en el menos apropiado, puede doler. En cierta ocasión en la que la vida me pasó factura, intentaba distraerme con la lectura y la melodía. Imposible. Leía los libros sin entender el significado de los mismos... mi pensamiento estaba en otra parte. Quería distraerme con la melodía, pero mis pies no tenían ganas de baile. Esperé a que se calmaran las aguas revueltas. Más tarde, pude retomar ambas cosas. Claro que la niebla que lo envuelve todo, no deja de estar. De vez en cuando hace aparición y no te deja vislumbrar lo que hay alrededor. Hoy he pensado en la mala gente que sale a tu encuentro. Tú no lo sabes y los acoges con afecto y piensas que tienes buenos amigos. Más tarde, te llevas la sorpresa de la traición que estaba escondida. Me siento rara. En estos momentos escucho Verdes Campiñas. Me voy a otros días...
La libreta con tapas de cuero regalada por un ser querido, hacía que me sintiese feliz. Le tengo un especial cariño porque fué comprada, con amor. Decidí desde el primer momento que la acuné en mis manos, escribir frases del día a día. Esas frases que de pronto salen revoloteando en el aire y no quieres que se escapen. Ahí están escritas. Mejor o peor, pero que un día cualquiera salieron al paso. Escribiendo este pensamiento sonrío recordando las mariposas que cazaba en el monte. Las sujetaba entre mis dedos y al sentir el pálpito de esas alas de colores, asustada las dejaba de nuevo, en libertad. Hay muchas formas de dejar huella de todo. A través de una cámara de fotos, unos folios escritos con sentimiento, una poesía, una partitura de música, una escultura, un lienzo emborronado en una tarde de otoño… huellas del paso por la vida. Ya que has tenido la suerte de nacer y vivir, que quede algo que perdure en el recuerdo es una forma de no morir nunca…

Aquel día lo mandé a la compra. Era regordete y con pecas en la cara. Se podía acudir a él porque siempre estaba dispuesto a salir raudo y veloz a cumplir el recado que le dieses. Fue a comprar. Tardaba, y me preocupé. Cuando entró por la puerta, venía lloroso y con aire acobardado. Balbuciendo, me dijo que había perdido el dinero de la compra.

Fui una mala bestia. Lo envié a su dormitorio y le dije, con brusquedad:

- ¡! Coge la moneda de plata de tu álbum de monedas y vete a comprar con ella ¡!

Así lo hizo. Se quedó sin moneda de plata. Al día siguiente los remordimientos no me dejaban respirar. Fui al supermercado en busca de esa moneda, pero ya no estaba…

Ya no estaba…

martes, 5 de julio de 2011

CNI

- ¿Trayecto largo o corto?

No pensé demasiado la respuesta. Prefiero lo largo para que dure más…

- Largo.

Me sirvió de guía. Salimos de Vicálvaro y enfilamos hacia Vallecas. Pasamos delante de ese lugar donde dormimos nuestro último sueño. Dejando las tapias atrás, dirigí la mirada hacia los cipreses que esperan...

Atravesamos Vallecas. Encontré el barrio desconocido. Se deja abrir el paracaídas y se aterriza donde se puede. En mis años jóvenes y desde la ventana de mi puesto de trabajo, podía ver innumerables personas delante del edificio de Emigración. Se buscaba fuera lo que no teníamos dentro. Ahora son otros los que vienen a vernos. Ese barrio vallecano, se ha convertido en un lugar cosmopolita. A ambos lados de las aceras, los viandantes entretenían la noche. Gente joven, practicando deporte; las bombillas de los escaparates, hacían coquetueños guiños tentando al viandante; vecinos sentados a la fresca, entretenían la noche calurosa; el olor a fritura proveniente de puestos callejeros, pegaba bofetón...

Al verla, sentí sobresalto. Me encontraba a sus pies. La diosa, majestuosa, soberbia, llevaba el mando del carro y los leones que la rodeaban le rendían pleitesía. Fue un impulso. Abrí la ventanilla y extendí el brazo. Hubiese querido que esos chorros, que brotaban de los caños con fuerza, se enredasen entre mis dedos. Dejamos la Cibeles atrás y nos tropezamos con el Palacio de Linares. A través de sus tejados, percibí una figura blanca, paseándose con risa burlona. Enfilamos hacia la Gran Vía. En cierta ocasión una mañana de domingo a temprana hora, entré en una de sus múltiples cafeterías. Las calles lucían vacías y llenas de sueño. El aspecto de las aceras deprimía un poco. Vasos, papeles, cigarros...¡ en fin, todo lo que engloba la fiesta y algarabía ! Los barrenderos barrían con sus escobones, los restos del sábado noche.

Siguiendo con el trayecto, nos topamos con el Teatro Real. No tardando mucho, engarzaré mis perlas en el cuello, calzaré zapatos de cristal, elegiré color de lentillas, peinaré moño alto y me adentraré en ese teatro. Sentada confortablemente en el palco, dejaré que la melodía me arrastre hacia donde ella quiera. Del diferido, pasaré al directo.

Me sentía feliz y confortable oyendo la charla amena de mi hijo.

Enfilamos la carretera de La Coruña, rumbo a la sierra.

De pronto señalando un edificio situado a mi derecha, mi hijo Manuel comentó:

- Este es el CNI, Centro Nacional de Inteligencia.

Lo miré. El edificio en sí no me dijo nada. Uno más. Sin embargo, observé detenidamente dos pequeñas luces que miraban a lo lejos.

Sentí escalofrío. Aquellas luces, semejaban dos ojos profundos, inquisidores, que lo vislumbran todo...

Seguimos carretera adelante.

miércoles, 29 de junio de 2011

Acercar la lejanía...

Introducía la mano en el bolsillo y palpaba su presencia. Conocía mucho de mí y ante la niebla que me cercaba, repiqueteaba alegremente. Eran formas de reconfortarme. Acariciaba constantemente sus teclas. Otras, buscan el consuelo de distinta manera. La mujer y madre del pescador ante la salida de sus hombres a la mar, dan paso a las cuentas del rosario.

No tenía rosario que desgranar, pero lo tocaba a él y mis dedos, ante su contacto, se electrizaban. Acercaba la lejanía de los míos y permitía, a cualquier hora del día, hablar con ellos. Acompañaba mi soledad y no podía dejar de sentir un sentimiento de agradecimiento. Éramos cómplices. Con bastante frecuencia preguntaba:

- Rosa, ¿qué tal si dejamos sonar las castañuelas para que bailes?

Ante mi palmoteo alegre, así se hacía, y esa ausencia de voces dejaba de estar y salían a la palestra. Lo que antes había sido un monólogo, ahora se convertía en una charla amena y distendida. Cuando no se hablaba, le daba instrucciones para que enviase mensajes que iban por tierra, mar y aire y llegaban, con la máxima celeridad, a su destino.

La alegría suele torcerse y jugártela. De tarde en tarde la fregadera se atasca y esa grasa grasienta no deja que resbale el agua cristalina y diáfana.

Mi querido amigo se encontraba a mi vera por si surgía esa llamada desde el otro lado del océano. Dándole al desatascador, lo tenía a él de espectador. Tengo la impresión que viendo correr esas gotas de sudor perlado por mi frente, quiso echarme una mano en la maniobra, asomó el morro y pegó resbalón. Sentí auténtica desolación ante sus brazadas en medio de la charca y la vajilla sucia. Me precipité a salvarlo y viendo la grasa resbalar por su cara, le pegué frote de detergente jabonoso. Pensé que era hora de darle un buen lavado. Con el uso, se había enroñado un poco. Quise que reaccionara y entrara en calor. Vigorosamente lo sequé con una toalla de felpa. Me encantó ver su carita resplandeciente y brillante.

Al día siguiente, cuando fui a despertarlo en busca de noticias, lo encontré mustio y raro. Tuve la rara sensación, que no tenía ganas de bailar castañuelas. Por lo de pronto, no pegó bostezo. Se mostraba silencioso y apagado. Decidí llevarlo a que se le hiciese un exhaustivo reconocimiento. Así fue. Lo observaron detenidamente y poco faltó para auscultarlo con el estetoscopio. La sentencia fue dura:

- Señora, nada que hacer. Al mojarlo ha cogido una bronquitis y se niega a seguir adelante.

No quise rendirme a la evidencia y pregunté alguna manera de hacerlo reaccionar. El dependiente viendo mi gesto consternado, quiso darme una última esperanza:

- Cúbralo con arroz de hacer paella y déjelo reposar durante dos días a ver si el almidón, lo hace reaccionar.

Presurosa, otee entre los estantes de los arroces. Me decanté por el que dejaba la paella jugosa y suelta. Mi querido amigo, se merecía el mejor de los festines.

Lo cubrí, con mimo, con esos granos de arroz. Transcurridas las horas miré con ansia su imagen. Enseguida me percaté que no había nada que hacer.

La lágrima escondida, terminó brotando. Permanece a mi lado. Podría llevarlo para el recicle, pero no. Aunque permanezca en silencio, se queda conmigo.

martes, 28 de junio de 2011

Charla amistosa

A pesar de la hora intempestiva y de la oscuridad que reinaba fuera, se puso la bata guateada y se asomó a la ventana. Oscuridad total. La farola que alumbraba, dejaba ver dos contenedores de basura y varios coches aparcados. En la lejanía, se dejaban ver las luces intermitentes de encendido y apagado, procedentes del faro más antiguo del mundo: La Torre de Hércules. En ese silencio profundo de la noche, sonó la voz:

- Tienes mala cara y estás con ojeras ¿Cómo van las cosas?

- No muy bien.

- ¿Cuál es el problema?

- Hay muchos, pero no quiero explayarme y contar mis miserias ¿para qué?

- Tranquila que de aquí no sale.

- ¿Y qué quieres que te diga?

- Lo que creas adecuado y quieras que se sepa. Lo otro, escóndelo y no dejes que se vea.

- Es lo siempre…

- ¿No puedes hacer algo para remediarlo?

- He probado muchas soluciones, pero no hay nada que hacer.

- Dime, si no te incomoda, que has hecho realmente y cual es la razón de ese aire de derrota.

- Pues mira, te cuento. En cierta ocasión, pasando delante de una perfumería, leí un anuncio que decía: ¿quieres hechizarlo…? Seguí mi camino e hice caso omiso al reclamo. Lo malo es que el mismo, había despertado mi curiosidad malsana, quise saber de que se trataba y opté por entrar en la perfumería.

- Interesante lo que me cuentas ¿qué pasó?

- Simplemente que me ofrecieron un lote de potingues para embadurnar mi rostro y al mismo tiempo, me regalaron un frasco de colonia para ahuyentar los malos olores que merodean por la zona…

- ¿Qué empleo le diste a todo ello?

- Fácil respuesta. Me miré al espejo y dejé que el mismo, diese solución al problema. Su sonrisa enigmática emulando a la Gioconda y dirigida hacia mis ojos, me hizo saber el mensaje que me enviaba. Rauda y veloz, me dispuse a dar un toque de rimel a mis largas y suaves pestañas, que dio profundidad a mi mirada y, ante la misma, te puedo asegurar que recordé, con nostalgia, las horas mágicas que viví viendo en la pantalla “a la divina”

Continué haciendo preguntas para saber que pasos tenía que seguir. Pude ver que la señal luminosa, se dirigía hacia mis labios secos y arrugados y me percaté, de inmediato, cual era el próximo movimiento. Elegí del lote, un rojo pasión. ¡! Que maravilla ¡! Ante la contemplación de esos labios carnosos y jugosos, sentí sobresalto y admiración. Con un can can y zapatos de alto tacón, fácilmente podría emular, de pasada y sin mucha fijación, a la bella Marilyn Monroe en la cinta, “Noches de Candilejas” No obstante, la escena cinematográfica no estaba al completo. Faltaba algo. Ante la duda, surgió la pregunta inevitable. ¿Dime querido espejo donde está el toque final? Con el pulgar de la mano derecha, señaló mis cabellos ajados y sin brillo. Cogí el frasco de laca y el cepillo con mango de nácar, y lo deslicé suavemente por la melena. Confieso que fue una ardua labor desenredar lo enredado. Recurrí a Tchaikovski y contemplé, entre cepillado y cepillado, el deambular de los cisnes por el lago. La melodía ayudó en la faena. ¿Te digo una cosa? ¡! Espectacular ¡! Lucía la melena de Marlene Dietrich. Por momentos y en vista de que el espejo, ante mi aspecto, estaba a punto de soltar la carcajada, me fui animando.

- Es muy interesante todo lo que me cuentas ¿hiciste algo más por mejorar tu fisonomía?

- Seguí atenta a nuevas instrucciones. Al principio no entendía muy bien el además que hacía. Percibí que sus ojos hipnóticos se dirigían hacia el frasco de colonia. Sus órdenes fueron cumplidas. Fue un chorro el que derramé sobre mi cabeza y mis hombros…

- ¡! Tía, que heavy metal ¡!

- ¡! No te lo puedes ni imaginar ¡!

- Y ante ese aspecto radiante y espléndido que me describes ¿cuál fue, por su parte, su respuesta?

- Decepción total…

- ¡! Sé un poco más explicita, por favor, que me tienes en vilo ¡!

- Salió, por la puerta, muy despacio. Cierra suavemente. Anda de puntillas como si fuese una bailarina de ballet clásico. Es muy ladino y no quiere que los vecinos se enteren de sus juergas nocturnas.

- Mi querida amiga ¿quieres que te confiese algo?

- Tú dirás.

- Soy testigo de esas salidas…

-¿Qué dirección toma?

- Va calle abajo…

- Como verás no hay nada que hacer. Ya conozco los nombres del rebaño e incluso hablo largo y tendido, todas las noches, con el pastor que lo conduce…

- No te preocupes que se me ocurrirá algo para que deje esas salidas nocturnas y se quede a tu lado…

- ¡! Ojala lo consigas ¡!

- Tranquila, querida. Mañana, cuando lo vea salir, voy a dar eclipse lunar para que todo se quede a oscuras y tenga que retornar al hogar.

- Gracias amiga Luna. Espero que surta efecto y, ante esa oscuridad, retorne de nuevo a mí. Cierro la ventana que hace frío.

- Que duermas bien.

- Lo dudo…