miércoles, 2 de noviembre de 2011

Huída hacia el mar...


Su vida era un peregrinar sin rumbo, merodeando de un lado a otro del mundo y pegando fuertes soplidos. Demasiados viajes. Por otro lado, el cometido que se le había encomendado no le agradaba demasiado. Sabía que su presencia, allí donde iba, no era bien recibida. Desde su atalaya, divisó a varios cervatillos que corrían por el prado. Le gustaba pernoctar en ese monte y respirar, con fruición, el aroma de los eucaliptus centenarios. Había buena comunicación entre ellos. Ante su llegada, se agitaban y bailan castañuelas. Con frecuencia observaba, alrededor de los troncos, restos de comida de los caminantes que habían pernoctado en el lugar. Contemplaba el deambular de esas hormigas que hacían recuento de las sobras del festín y guardaban en la despensa, las provisiones para el duro invierno.

Le gustaba envolverse en el paisaje que le rodeaba. Era fuerte y poderoso y muchos elementos de la madre naturaleza, estaban a su merced. Tras una rápida visita en la que divisó el estanque de los patos con hojas otoñales cansadas y amarillents por el paso del tiempo, se fue al lugar de los más pequeños. Lo encontró solitario. Los columpios se columpiaban solos; el pequeño tren, pintado de rojo, carecía de maquinista que le diese marcha a esas ruedas; en cuanto al tobogan, dejaba asomar una mirada aburrida y plagada de bostezos. Ese vacío de risas infantiles, le hizo experimentar cierto grado de culpabilidad.

A medida que oscurecía, miraba con ansia hacia arriba. No tardaría mucho en hacer acto de presencia. Era coquetuela, noctámbula y brillante, y enamoraba sus noches. Al igual que él, tenía poder y con su mirada lo dominaba todo. Estaba al tanto de lo que acontecía en el mundo. Conocía mucho de las flaquezas y bajas pasiones de los humanos.

Ante su recuerdo, no pudo evitar que el suspiro melancólico y romántico, hiciese acto de prsencia.

Tendría que acallar el pudor que le embargaba y pedirle una cita. Pensando en un sí por respuesta, dejaba que su mente divagara y se perdiese en la ensoñación de lo que podría llegar a ser.

¿A dónde podría llevarla en las noches oscuras y llenas de promesas?

Posiblemente un paseo en góndola por las negras aguas de los canales de Venecia. Ante la ausencia de los violines del gondolero, él pondría su música. Le gustaba silbar. A esas horas de la noche, en que el poderoso mundo duerme, la intimidad de los amantes no se vería interrumpida.

Tenía un carácter fuerte y violento y temía, de alguna manera, asustarla. Tendría que moderar su fuerza violenta para retenerla a su lado.

Con un leve soplo, acariciaría su delicada mano y la conduciría por la orilla del Sena…

Como cologón a esa escapada, le pediría que lo llevase a conocer su Universo y le presentase a sus amigas las estrellas.

A punto de retirarse del gran monte, percibió en la lejanía un gran resplandor. Rápidamente se dirigió al lugar. Se quedó sobrecogido ante el espectáculo dantesco que se presentaba ante él. Oteando con la mirada, pudo verlo agazapado entre unos matojos. ¡ De pronto, lo asoció todo y con voz furibunda, preguntó:

-¡Desgraciado, ¿qué has hecho?!
El aludido, con voz temblorosa, respondió:

- No ha sido mi culpa. Mi amo me frotó el lomo y con tanto frote, terminó encendiéndome. Ha salido corriendo y me ha dejado abandonado.

Ese elemento extraño que se disculpaba, miró atemorizado al Todopoderoso. Pudo percibir como asomaban a su mirada, chispas candentes. Aterrorizado, notó que una fuerte ráfaga lo empujaba hacia el fuego.

El monte se iba convirtiendo, por momentos, en una gran antorcha que envolvía y lo arrasaba todo...

Nuestro amigo quiso hacer algo para evitar que esos pinos que él tanto amaba y que ya habían cumplido muchos años, se consumiesen en ese fuego devorador. Sopló con fuerza con ánimo de apagar las llamas, pero solo conseguía con ese ulular huracanado, avivar más el resplandor. Por momentos, esa naturaleza verde, lozana y llena de vida, se iba calcinando y dando paso a la negrura más absoluta.

Hizo un largo recorrido por ese entorno y ante lo que vió, dos lagrimones plagados de amargura, resbalaron al suelo. No pudo resistir la impotencia que lo embargaba y dirigió su pasos hacia el mar. Una última mirada le dejó ver ese mechero causante de tanto horror y que él había empujado, ardiendo en su propio fuego.
El viento huracanado y soplando con furia, salió al encuentro del mar. De arriba, surgió una aureola blanca. Su amada la Luna, había llegado a su cita…

A lo lejos se oyeron unas sirenas…