viernes, 30 de septiembre de 2011

Una botella de vino español...


Hoy he disfrutado de la mesa. El menú fué sencillo, pero compañado...
Es lo que pasa. No suelo asistir a eventos. Me gustan, pero no me invitan. No se puede decir que tengo la agenda apretada. Tranquilidad ante todo. Algún día me sentaré en el palco de la ópera y dejaré que las voces de los tenores hagan cosquillas en mis oídos. Dejarán de estar los diferidos y se dará paso al vivo y al directo. El fondo de armario anda flojillo y hay que darle un toque de atención. Será en la pasarela Cibeles donde veré culminados mis sueños. Ya con el modelo elegido, dirigiré mis pasos hacia el puerto y subiré las escalerillas del trasatlántico que me llevará a recorrer, acompañada de Leonardo, ese mundo que no conozco.

Compás de espera, simplemente eso…

Mientas observas el prendido de las medallas en las solapas de otros, te buscas tus “propios homenajes”.

He ido al supermercado a hacer compras. al pasar por el estante de los buenos caldos, oí un silbido. Me quedé desconcertada y con cierto rubor en las mejillas. Hace tiempo que esos silbidos de admiración, han dejado de sonar…

Seguí, con aire lánguido, mi camino, pero volví a oír el silbidito. Esta vez, sí miré de donde procedía.

Una botella de vino español precio elevado y buena marca, me hacía guiño. La miré desconcertada. Algo en su mirada me hizo recapacitar. Tuve la impresión que quería acompañarme a mi pequeño apartamento.

Miré el monedero. No era posible. Seguí caminando y le dije un adiós silencioso.

Otee en los estantes, pero la idea, martilleando con fuerza, me hizo reflexionar.

Volví sobre mis pasos y la miré. Se puso contenta al verme. Miré sigilosamente a ambos lados. No quería hacer partícipe a la gente del lugar, que tenía invitado especial. Discreción, por encima de todo. Me situé a su lado y le di un cálido apretón de manos. Hechas las presentaciones, la invité a que se introdujese en el carrito. Rauda, contenta y feliz por la invitación, dió un salto y se introdujo en el mismo.

Ante el hecho de esa visita, me invadió una alegría excitante y desconocida.

Hoy, almorzando juntas, hemos departido alegremente e intercambiado cuitas. No faltaron las carcajadas y los rubores…

Una botella de vino español que accedió a subir a mi pequeño apartamento y sentarse a mi mesa, alegró el día…