miércoles, 20 de julio de 2011

Un brindis frustrado

Sería estúpido decir en el día a día que tienes la suerte de vivir, que no hay nada que contar. Si abres los ojos, te desperezas, subes las persianas, contemplas el careto del nuevo día, introduces los pies en las zapatillas, vas a la cocina y preparas una taza de café cargadito con tostadas de mermelada de arándanos, atas los lazos de las playeras de deporte, y sales por la puerta de casa, lo demás te “espera” fuera…

Me lo dijo la voz de dentro:

- Rosa, ¿no te gustaría descorchar y brindar?

No ha lugar, precisamente, a muchos brindis, pero no quise defraudar el buen consejo.

Decidí comprarme un pulpo con largos tentáculos para que enredasen en mi paladar. Ya preparado el mismo, procedí al descorche de la botella de vino blanco. Introduje el instrumento en el corcho y apreté. Por más que empujaba hacia fuera, no había forma. Observando el rubor del sacacorchos, me di cuenta de lo que había sucedido. Fue un enamoramiento. El pobre hace tiempo que está solo y sin catar… Ayer, en esa cocina cálida y confortable, notó su presencia, su sabor dulzón, el chispazo que produjo cortocircuito, y se dijo:

- Aquí me quedo…

Fue un beso prolongado, por ambas partes...

La escena no podía ser más ridícula. Un pulpo en la mesa impacientándose a ser degustado, una botella llena de rico caldo esperando por la copa de fino cristal, un sacacorchos atrapado en el corcho goloso y ventoso que no quería soltarlo...

¿Qué hago?

Fácil respuesta. Cogí una bolsa de basura y los introduje con rabia rabiosa, a todos ellos. Esta mañana abrí el contenedor y les dije un adiós silencioso. Sentí a la amiga tristeza, cayendo sobre mis hombros como una losa.

En cuanto al pulpo, no me supo a nada. Abrí el grifo y llené un vaso de agua…

La moraleja que saco de esta estúpida y verídica historia, es que ese brindis no estaba dispuesto para mí… habrá que seguir esperando.

Para despejar mi frustración decidí salir a dar una vuelta. Enfilé los pasos hacia la fuente de los surfistas. Una pareja lanzaba al aire a su pequeño cachorrillo que nadaba con sus patitas cortas, entre las figuras de bronce. Al salir del agua sacudió vigorosamente su cuerpecito. Me alejé del lugar con la escena puesta.
Pienso en los libros de cuentos. Hay varios títulos que martillean en mi mente: Caperucita Roja y el lobo feroz; Ali Baba y los 40 ladrones; Las Mil y Una Noches…

martes, 19 de julio de 2011

Visita a Santiago

Deseando volver al lugar, encaminé mis pasos hacia la estación. El día, como siempre, lluvioso. Dentro del vagón, sentí la sensación de confortabilidad que no encontraba fuera. Me dispuse al viaje. A medida que las ruedas avanzaban por la vía, me adentraba en el verdor de la campiña gallega. Ante mí desfilaban las vacas pastando en el prado, los hórreos en los que Manoco en la aldea, guardaba las mazorcas de maiz, los labradores con sus aperos, labrando la tierra…

Sentí una cálida sensación de sosiego, placidez y paz. A la llegada a Santiago de Compostela, enfilé hacia la Catedral. El ambiente en las calles era festivo. Personajes variopintos llegados de todas partes del mundo, miraban alrededor y se paraban en los escaparates.

Traspasando la puerta de la Catedral, palpé el escalofrío que produce la emoción.

Iba preparada para el encuentro con todos ellos. Algunos de esos encuentros, son placenteros y los dejas que reposen; otros, les pegas manotazo para que salgan huyendo y no lleguen a posarse en una esquina del corazón.Van y vienen. Son como las gaviotas que vuelan el monte y cuando ven peligrar el plumaje de sus alas, remontan el vuelo y buscan horizontes amplios y diáfanos.

Tomé asiento en uno de los últimos bancos y esperé…

El incienso del botafumeiro me recordó aquella lejana mañana…

La niña, que un día fui, miraba asustada hacia arriba. Su querido padre, percibiendo sus ojos asustados, quiso disipar el miedo y agarró fuertemente esa pequeña mano. En los momentos que rememoraba aquel instante lejano, estaba sola... no había ninguna mano tendida que cogiese la mía...

Por mucho que te esfuerces es imposible evitarlo. La nostalgia hace acto de presencia y emborrona la mirada…

Salí de la Catedral y enfilé mis pasos hacia el Paseo de la Herradura. Busqué un banco. Una joven pareja se miraba a los ojos. La muchacha, bonita, tenía una larga trenza que le llegaba a la cintura. Miraba con ojos ilusionados al jovenzuelo que estaba a su lado. Los primeros aleteos… las primeras sensaciones… el primer beso. Otra escena de la alameda, captó mi atención. Dos ancianos daban de comer a las palomas. De un pequeño saquito, extraían pan desmigajado. Ante esa escena, no pude dejar de sentir un aguijón envidioso. Esa pareja anciana, llevaban recorrido un largo camino. Esperaban juntos, el momento de partir hacia otros lares...
Abuelos y abuelas paseaban en cochecitos, adornados con lindas colchas, a sus nietos. Es la vida que sale al encuentro. A medida que escribo, noto que me estoy invadiendo de morriña, saudade, melancolía…

Decidí retornar al lugar de partida. A punto de dirigirme a la estación, quise dar una última vuelta. Anduve las callejuelas y me paré en un puesto de souvenir. Decidí comprar una pulsera de jade.

Recostada en el asiento del tren, pensé en el día vivido en Santiago de Compostela. Busqué el bolso y cogiendo la pulsera de jade, acaricié sus cuentas.

Pensé en el Apóstol Santiago. De muchos lugares del mundo, acudían los peregrinos a mirarse en su mirada...

lunes, 18 de julio de 2011

Ese grupo...



Transitando por una céntrica calle de la ciudad en la que resido, me fijé en una pequeña caja de madera que estaba en un rincón. El dueño de la misma, medio derrumbado en el mostrador del bar y ante una copa de vino, esperaba...
Se nota que hay crisis mundial y todo se para. Esa caja de madera que vivió sus momentos de esplendor y brillo, lucía con gesto aburrido y cansado.

Al dandi, con clavel en la solapa y pañuelo de seda en el pescuezo, sí le importaba que los zapatos luciesen brillantes, y buscaba los servicios del limpiabotas. Sentado con el periódico en la mano, se dejaba hacer. El que hacía, arrodillado a sus pies, daba paso a la sonrisa del betún, el cepillo, y la bayeta que iba a rematar la faena.¡ Con gestos vigorosos, frotaba y frotaba!

Alegría por parte de todos. El limpiabotas se había ganado el jornal, el cliente bailaba claqué con sus relucientes zapatos y la pequeña y humilde caja de betún que tiene un papel importante en esta historia, se sentía satisfecha por los servicios prestados.

Eran otros tiempos..

Necesitada del sosiego que no tengo, abro ese libro y me pierdo entre sus páginas. Las enseñanzas de Buda, transportan serenidad a mi espíritu.

Por el ventanal de mi salón, ha pasado una gaviota. Enfila hacia el mar. Dejo que mi pensamiento vuele con ella, y me traslade al barrio donde transcurrió mi niñez y parte de mi juventud...

Por la empinada cuesta bajaban los gitanos con la escalera, el organillo y la cabra.

Situaban los bártulos en el centro de la calle para tener acceso al mayor número de ventanas. Al son de la música, el animal subía los peldaños de la escalera. Se contenía el aliento observando sus roñosas patas camino hacia la cima. Al llegar a la cúspide, nuestra amiga la cabra, hacía cabriolas en el aire y apoyaba el peso de su cuerpo en sus viejas y cansadas patas. Las notas musicales del organillo se perdían en el aire, sonaban los aplausos por parte del espectador, y era entonces cuando desde esas ventanas, llovían las monedas que caían a la calle. Recuerdo al pequeño gitanillo corriendo de un lado a otro de la acera e introduciendo las perras dentro de la pandereta.
Los gitanos, el organillo, la cabra, y la escalera, se alejaban en busca de nueva clientela.
Aquel grupo, calle abajo, despertaba en mí una extraña sensación que me hacía pensar en la soledad de todos ellos...

sábado, 16 de julio de 2011

Lo que hay detrás...

A pesar de haberme dado el chivatazo y recomendarme que esperase a las “terceras rebajas”, no pude evitar ir al Centro Comercial a merodear y ver de que se trataba…

Más o menos lo de siempre. Viendo todo a precio de saldo, no puedes dejar de hacerte preguntas:

- ¿Cómo es posible que al comerciante le quede tanto margen de ganancia?

No cabe duda que nos achicharran por todas partes, pero es lo que hay y no tenemos otra…

Cogí varias prendas y me dispuse a entrar en el probador. Lo hice con miedo y aprensión porque sabía lo que iba a encontrarme. Estaban uno enfrente del otro. Mi cara antipática y resentida, apenas les dirigió mirada alguna. Me hice la sueca. Por mi parte sabía, a ciencia cierta, que ocupaba un “espacio determinado” en ese probador y con eso ya era bastante. Cuando se conoce la respuesta que esos espejos van a darte, no ha lugar a consulta alguna. Son rencorosos e intentan, de alguna manera, fastidiar a la coquetuela de edad madura, que busca el glamour ausente.

Me probé la prenda. Dirigí la mirada hacia mí misma, y pude percibir que lo ajustado “aprieta”. Por tanto, decidí hacer retorno a la percha. Por cierto, todas intactas y sin rotura alguna...

Camino del domicilio particular, decidí pasar por la pescadería. Al reclamo del pescadero, hice la pregunta pertinente:

- ¿Me garantiza que el pescado no tiene espinas?

- ¡! Tranquila señora, no hay problemas ¡!

Salí del establecimiento. Ya lo comenté en otro lugar. Desde el día que me tragué una espina y el señor galeno, muy serio él, comentó:

- Señora, las espinas hay que arrancarlas porque de no hacerlo, corre el riesgo de que perforen por dentro…

¡¡No, no estoy por la labor de perforaciones de ningún tipo!! He pensado que de ahora en adelante, voy a arrancar las espinas que en el transcurso de los años se han incrustado en mi corazón.

¡! Por supuesto que sí ¡!

Sigamos pues, con la perorata. Subiendo la cuesta, pensé en el espejo del cuarto de baño. Es grande y está empotrado en la pared. Años atrás cuando el cutis estaba lozano y terso, me miraba y coqueteaba con su luna. Sonreía, hacía guiños picaruelos, fruncía los morritos… entre los dos había complicidad y nos gustaba cruzar la mirada...

Claro que el tiempo pasa y las cosas cambian de colorido. Ya no hay morritos, ni sonrisas, ni miradas cálidas y coquetuelas…

La arruga se ha quedado anclada y no precisamente en el pasado... No, está en el presente. Lucen las ojeras y dejan ver la traición de Morfeo.

Fue una lucha encarnizada la que mantuve con ese espejo. A tempranas horas de la mañana, entraba en el baño y eludía su mirada. Cubiertas las necesidades que tenía que cubrir, salía de puntillas para no llamar demasiado la atención. Por supuesto, todos estos movimientos a oscuras. ¿Qué necesidad hay de encender luces y vislumbrar las tristes realidades?

Hay que evitar cosas y escenas que te perturben. Y si tienes que jugar el papel de esconder la cabeza como el avestruz, lo juegas. Se había declarado una guerra infernal, y entre nosotros dos, no existía cruce de ningún tipo.
Una mañana al entrar en el domicilio particular y musitar silenciosamente: “espero no haber recibido visitas” /aquella temporada, había alguna entrada que otra/ me dirigí hacia el salón. De pronto, me pareció oir un lamento que procedía del baño:

- Rosa, ayuda…

Sacudí la cabeza y pensé en mi amigo el psiquiatra. Tenía que comprarme un perro de compañía porque la soledad me hacía oir voces. Seguí con los quehaceres y de nuevo, escuché el lamento:

- Rosa, auxíliame…

Corrí despavorida hacia el lugar.
Lo que contemplé, me dejó helada. El espejo, de grandes dimensiones, colgaba suspendido en el aire por dos cables que llevaba a la espalda y pendía a ras de suelo. El pobrecillo me miraba con ojos agonizantes y pude ver que estaba a punto de soltar dos grandes lagrimones...

¡¡ Me uní a su llanto y rápidamente puse manos a la obra!! Llamé a la constructora que me había vendido el piso y me enviaron con carácter de urgencia, al cristalero que en su día había instalado la luna.

El hombre ante el espectáculo, se quedo blanco como el mármol y tras proceder rápidamente a enderezar al pobrecillo y meter la mano en la caja de las herramientas, dijo lo siguiente:

- Señora, llevo muchos años de oficio. ¡! Jamás en la vida, he visto algo igual ¡! Este espejo, no se ha “caído ni despegado solo de la pared”

¡¡Me impactaron sus palabras!!

El tema se ha quedado en historias sin resolver.

No quiero terminar sin comentar algo. Con motivo de la visita de uno de mis hijos y ante la observación:

- Mamá, te voy a colocar las bombillas pequeñas que te faltan en el espejo del baño.

Salí rauda y veloz a su encuentro y le dije:
- ¡! No hijo, déjalo, mejor no saber que es lo que hay detrás…

viernes, 15 de julio de 2011

Meta que espera...

Las agujas del reloj marcaban las ocho de la mañana. Bajando la cuesta camino de la parada del autobús y mirando alrededor, sentí indecisión y asombro. Por un momento pensé que el despertador me había jugado una mala pasada. El paisaje que me rodeaba era extraño. Las luces de las farolas estaban encendidas y era noche cerrada. Me hice la vana ilusión que el tiempo se había metido en una burbuja y se había parado.¡¡ De ser así, mi vida podría prolongarse y no me daría miedo alguno a soplar la vela del próximo cumpleaños!! Seguí dando pasos silenciosos, para no dar lugar al despertar de esa ensoñación.

Mi ánimo y esperanza decayeron al observar a la dueña del kiosco arrodillada dentro del escaparate, colocando las últimas publicaciones. La escena que en un primer momento pensé que había parado el tiempo, siguió cobrando vida al percatarme que un grupo de jóvenes alegres y dicharacheros, esperaban en la parada del autobús. A sus espaldas portaban carteras en las que llevaban la enciclopedia de la vida.

Miré hacia arriba. No me gustó el semblante de la luna. Lucía de distinta manera a la observada, desde mi ventana, la pasada noche. Su media cara no tenía brillo y parecía cansada. Tuve la sensación, viéndo su careto descafeinado y pálido, que la noche había sigo toledana y de picos pardos… es comprensible viendo las juergas de otros, que de vez en cuando te apetezca vivir la tuya propia.

Al ver acercarse el autobús, me di cuenta que la vida seguía andando…

El tiempo no perdona. Avanza y marca las horas. Esa escena que parecía dormida contemplada a primeras horas de la mañana, no dejó de ser una vana ilusión…

Las burbujas de jabón que flotan en el aire dejando ver el arco iris, terminan rompiéndose y regando el asfalto de agua sucia y jabonosa.

No se puede parar el tiempo y pedirle que nos de tregua en esa andadura…

Hay una meta que espera…

Largo recorrido...

Se sentía extenuada y ansiaba la llegada a su destino. Le resultaba crispante el ruido de las ruedas y ante las sacudidas de los baches, sufría fuertes sobresaltos. Tenía el presentimiento que el lugar a donde iba a parar, no iba a ser de su agrado. Tras ella, se había quedado un paisaje muy distinto. Suspiraba ante el recuerdo de las calientes aguas de Ipanema, el cubata de ron en las noches ardientes, y alguna mañana que otra de domingo, un rápido recorrido por las Fabelas.

Había trasiego en el compartimiento y poco espacio para sentarse. Disimuladamente posó la mirada sobre sus compañeras de viaje. Por sus indumentarias tuvo la sensación que procedían de provincias. Por más que rastreó la zona, no vio a nadie con aspecto cosmopolita. El viaje era pesado y ante una nueva parada, se agitaba bruscamente. Sintiéndose observada, no pudo disimular un gesto de desagrado. La curiosidad de otros erizaba sus nervios. Ensimismada en sus pensamientos, escuchó la voz de la que estaba a su lado.

- Perdona la intromisión, pero no dejo de observarte y por tus pronunciadas ojeras denoto que estás muy cansada. ¿Vienes desde muy lejos?

¡! Que mentecata – pensó - ¿y a ella qué le importa?!!

Era persona educada y por tanto, se vió en la obligación de responder a la pregunta:

- Sí, llevo encima muchas horas de viaje y estoy agotada. Tú, luces fresca y lozana.

- Hace escasas horas que me he hecho la toilette. Procedo de una pequeña aldea de Galicia. Viajo con mucha frecuencia. Me siento contenta porque se espera mi llegada con ansia. Saber que eres bien recibida se agradece. Es reconfortante sentir la caricia de esas manos cálidas y apasionadas ¡! Que tonta, me estoy poniendo romántica ¡! Espero que mi perorata no te resulete molesta. Últimamente no hay mucho trasiego por el lugar. Antes coincidíamos un grupo procedente de muchos lugares, y el trayecto resultaba ameno y bullanguero. ¡Las cosas han cambiado y ese personal ha menguado lo suyo! Como habrás observado, se hacen numerosas paradas y las carreteras no están muy católicas que digamos. Habría que dar un toque especial al Ministerio de Obras Públicas. Te aseguro que se arreglarían muchas cosas en este pais. Por lo de pronto, el pavimento y los bolsillos deteriorados de miles de parados que esperan ansiosos volver a andar el camino. La aldea de la que he salido, exceptuando alguna romería que otra, tiene pocas distracciones. De vez en cuando, hay que echarse una canita al aire y beber el trasiego de la capital.

La dicharachera parlanchina sorprendida por el silencio de su compañera, dirigió su mirada hacia ella. Un gesto de horror, se dibujo en su careto ¡¡ se había quedado dormida!!
Comprobó que en su vestimenta, lucían complementos de variado colorido.

Asomando el morro por un pequeño ángulo, pudo ver con deleite que llegaba a su destino. Sorteando obstáculos por el estrecho pasillo, se preparó para la salida.

Tras la parada consiguiente, las ruedas prosiguieron su recorrido.

El fuerte traqueteo del viaje, hizo que nuestra amiga, la brasileña, se despertase bruscamente. Miró alrededor y vio con sorpresa, que el recinto se había quedado prácticamente vacío. Con un prolongado bostezo, se estiró voluptuosamente. Ante ese largo trayecto desde tierras lejanas, sintió innumerables dudas. La enviaban al encuentro de seres desconocidos. Por otro lado, las noticias que llevaba para ellos no eran precisamente muy halagüeñas. Tuvo el presentimiento que no iba a ser bien recibida. Se encogió ante el frío húmedo del ambiente. La lluvia repiqueteaba con fuerza en el techo. El largo trayecto la estaba agotando. A punto de mecerse en los brazos de Morfeo, una fuerte corriente de aire seguida de viva luz le pegó sacudida.

¡¡Alguien la agarraba y la empujaba fuera del recinto!! Miró con gesto furioso hacia esa mano varonil que la apretaba y no la dejaba respirar. Fue pavor lo que experimentó. Quiso gritar, pero de su boca sellada no salió sonido alguno...

El cartero entró en el portal y miró atentamente los buzones. Cogió ese sobre azul profusamente emperifollado de sellos y que procedía de Brasil, y lo introdujo en el pequeño buzón.

La oscuridad absoluta rodeó a nuestra amiga la carta. Tiritando, se preguntó asustada: ¿Cuándo vendrán a recogerme?

El carrito del reparto, siguió calle abajo. Otros esperaban noticias…

jueves, 14 de julio de 2011

Un tren sin parada

La conocí en la farmacia. Escuchando el timbre de su voz, barrunté que era de la tierra. Con una tonta disculpa, le formulé una pregunta. Desde aquel momento iniciamos una buena amistad. Rezábamos credos distintos, pero ello no era óbice para sentir por ambas partes, un respeto mutuo.
A media tarde vestíamos ropa cómoda y dábamos largos paseos por la urbanización donde residíamos. Sonrío recordando la escena. Había un banco de piedra en el que finalizada la larga caminata, se hacía parada y fonda. Jamás fue ocupado por otros vecinos; de alguna manera, dejaron que lo hiciésemos nuestro.
Lo importante cuando surge la confidencia, es encontrar al confidente apropiado y saber que la misma queda a buen recaudo y nunca va a ser traicionada. En uno de aquellos paseos, mi amiga Luisa, hizo un comentario:
- Rosa, va a ser mi cumpleaños y no quiero pasarlo sola ¿te apetece acompañarme al teatro a ver una representación musical?
¡ Por supuesto acepté encantada la invitación!Lá última vez que había ocupado una butaca en el teatro, fué para ver la representación de "Rosas de Otoño". Desde entonces, muchas lluvias y vientos habían deshojado las hojas de esas bonitas rosas otoñales...

Llegó el ansiado día y acicaladas un poco más de lo habitual, dirigimos nuestros pasos hacia ese teatro. Traspasado el recinto, pude comprobar que el mismo, estaba abarrotado de féminas de edades similares a las nuestras.

La madurez había salido al encuentro del pasado, ahora presente, que nunca deja de permanecer. Esperábamos impacientes, la subida del telón. No tardó mucho en dejarse oir la melodía.
¡ Se rascaba el recuerdo y a través de los años 60, 70, 80, fueron desfilando ante nuestros ojos, distintas etapas de nuestras vidas…!

Esos guateques familiares y “muy vigilados” en los que el pikú desgranaba las voces melódicas del momento y daba paso a la juvenil emoción, seguida de recatada caricia.

Más tarde, cuando los uniformes de colegiala se colgaban de la percha, se cortaban las trenzas, se peinaba la corta melena, se calzaban zapatos de tacón, se cubrían las mejillas de colorete, se daba toque de rosa carmín en los labios y se iba en busca de esa pista de baile en la que se bailaba el Rock an roll de Elvis, se besaba el primer beso, se iniciaban relaciones que salían al encuentro del primer amor...

Nuestras miradas expectantes, seguían fijas en el escenario. Al surgir una nueva década con su correspondiente melodía y ante el pensamiento de lo que fué, surgía la emoción dormida. ¡ Dulce juventud que te has quedado en el camino; sueños cumplidos y no cumplidos; ansias de conocer lo que no has vivido...!

Llegó el momento de poner fin al espectáculo. Ante la bajada del telón, buscamos la salida. Las palmas de mis manos estaban enrojecidas por los merecidos aplausos.

Por unanimidad, se decició culminar la tarde con una apetitosa merienda. Entre churro y churro, mojado en el espeso chocolate, percibí en la mirada de mi buena amiga, un brillo apagado. Me extrañó su gesto serio y pensativo. Momentos antes, se encontraba feliz y radiante. Pensé que posiblemente el haber vuelto a la realidad de lo que era, había dado paso a la nostalgia del tango. Observando sus ojos, no pude evitar formularle la pregunta:
- ¿ Va todo bien?
Su comentario me desconcertó:
- Rosa, me gustaría coger un tren sin parada..

Cumplía años que eran jóvenes y tenían mucho que vivir, pero su voz sonó cansada.

Seguimos viéndonos y frecuentando lugares. Por circunstancias de la vida que gira y gira y en ese girar te atrapa en medio, tuve que hacer traslado de domicio y con el mismo, perdí su pista. Ante su ausencia, no puedo dejar de preguntarme:
- ¿Habrá cogido ese tren sin parada?

domingo, 10 de julio de 2011

Cálido verano

Miré el reloj. Las siete de la mañana. Había tiempo para seguir durmiendo, pero me apetecía saludar a la amiga cafetera. Calcé mis zapatillas que me esperaban a los pies de la cama y me dirigí a la cocina. Abrí la persiana y conversé con el día:

- ¿Como andamos?

Se encogió de hombros y no contestó. No hizo falta que lo hiciese. Percibí enseguida que la cosa estaba mal. Asomaba a su semblante el viento, la niebla, el frío... y presentía que, de un momento a otro, iba a ponerse a llorar con fuertes lagrimones. No quise insistir ni hacer que se sintiese incómodo. Miré hacia otro lado y respeté su intimidad.

Cuando un paisaje no te gusta, te tienes que buscar otros más gratificantes. Traspasando con la mirada el monte, me fui tras él…

Aquella mañana salimos muy temprano. Mi querido hijo me acompañó a la estación.

Me dirigía a la costa a pasar unos días de asueto. Al llegar a la estación de una ciudad levantina, busqué a los míos. Allí estaban, esperándome. ¡Es maravilloso saber que cuando llegas, alguien espera!

Me gustó la casa. Tenía dos plantas y era espaciosa. Rodeaba la misma, un frondoso jardín con altas palmeras. Una piscina cuidada y de limpias aguas, hacía guiño a ese calor sofocante para que entrase en ella y la recorriese…

Fueron días inolvidables, agradables y cálidos. Baños en el mar, comidas al aire libre, atardeceres rojos, oscuros anocheceres llenos de significado...

La casa tenía bodega. Un par de veces, me adentré en la misma. Buscaba un buen caldo que diese gusto a mi paladar, pero no hubo suerte en la elección. Las botellas elegidas, tenían sabor ácido y agrio.

Es difícil escribirlo todo. Intentas que se consuma la tinta del tintero, pero termina quedando algo en el fondo del mismo. ¡! Lástima, porque de alguna manera, son sensaciones y emociones que se quedan en blanco!!

Una tarde llamamos al fontanero. Había desperfectos que arreglar. El hombre entraba y salía con frecuencia. De pronto, ese paisaje de verano se había tornado lluvioso y frío. Sentada confortablemente en mi butaca, observaba las entradas y salídas del fontanero. Portaba en la mano una caja de herramientas. De mediana edad y vistiendo un mono azul añil, presentaba un aspecto bondadoso. Sus salidas frecuentes hacia una furgoneta aparcada en la calle, me hicieron ver que ante la lluvia copiosa, se estaba empapando. Sentí pena por él. Me levanté de la butaca y busqué un paraguas que lo cubriese. Cogí uno que había en el perchero. Cuando estaba a punto de salir de nuevo, le dije:

- Coja el paraguas, que se está mojando...

El hombre se resistía. Forcejeamos un buen rato. Al fin, viendo mi aire firme y decidido, hizo caso a mis ruegos.

Contemplándolo atravesar el jardín con el paraguas abierto de lunares, recordé una película musical. Decidí ponerle a su vida y a sus zapatos sucios de barro, notas musicales. Fue entonces cuando en esa lluviosa tarde de un cálido verano, ese hombre que transportaba una caja de herramientas se vió dando alegres pasos de claqué por el pavimento mojado del jardín.

¡¡Me quedo con mucho de aquellos días!! Pequeñas roturas en las figuritas de los angelotes de escayola, una vieja tumbona, un cenador con mesa y bancos de piedra, largas palmeras que nos daban sombra, caracoles posados en las verdes hojas…

¡¡ Oigo las risas alegres de mi nieto!!

Lo más hermoso de aquel verano...

sábado, 9 de julio de 2011

Un día en el metro

Me adentré en el metro. Un día como otro cualquiera. Ya en las profundidades de la tierra, se agradece la bocanada de aire caliente que te envuelve. Haciendo recorrido y siempre con el pensamiento entretenido en otros lares, escuché las notas que provenían de un saxofón. Seguí andando en busca de las mismas y un poco más adelante las encontré flotando en al aire. El hombre joven que soplaba con fuerza el saxofón, vestía con elegancia.

Chaqueta de cuadros negros y rojos, camisa blanca, pantalón oscuro y zapatos relucientes. En el cuello, lucía una pajarita. Los cabellos cuidados y oscuros, se peinaban hacia atrás.

Me gustó lo que escuché y decidí formar parte del grupo. Con los ojos cerrados, se contorsionaba con rápidos movimientos. Ante gestos y situaciones, le pongo alas a la imaginación y permito que me lleve con ella. La persona en cuestión, no se encontraba en un pasillo de metro de una ciudad cualquiera. No, él permanecía, sábado noche, en un club nocturno de la Sexta Avenida de Nueva York.

Su público, entre trago y trago y bocanada voluptuosa de cigarro, lo observaba en el escenario y ante esas notas musicales, daba paso al deleitoso estremecimiento.

Finalizada la interpretación, se escuchaban ruidosos aplausos. Los espectadores que momentos antes se extasiaban con la música, se dirigían hacia la salida en busca de la negra noche. Las luces del local se apagaban y esperaban el encendido de la próxima actuación. Mientras la misma no acontece, volvemos al pasillo de ese metro…

Los movimientos del músico, antes rápidos y trepidantes, habían dado paso a la lentitud sensual. En el suelo, el estuche de su instrumento musical recogía la caridad del viandante.

Me alejé en busca del andén que me llevaría a mi destino.

No sé por qué razón suelo toparme en las esquinas de las calles con escenas que hacen que pare pasos. Un grupo de personas contemplaba algo. Un peruano tallaba un trozo de madera. Hincaba su pequeña navaja de mango muy gastado, en la misma. Trozos de esquirlas, saltaban por el aire. En el suelo, se amontonaban las virutas. A medida que trabajaba, se iban modelando los rostros de las figuras que representaban la Sagrada Cena.

Observé su rostro de piel cetrina. Se mostraba taciturno y pensativo. Contemplando su obra pensé que me gustaría, finalizada la misma, que adornase en un rincón de mi salón.

Recordando al saxofonista del metro, al retratista que dibuja al carboncillo en los viejos cafés, la violinista húngara que acaricia las cuerdas de su violín, y al escultor que modela la madera, el pensamiento habló solo: ¡ Lástima de un mecenas.

El Arte sale a la calle. Lo encuentras en una esquina, un andén de metro, un parque…

No han tenido oportunidad del reconocimiento de sus obras. Algunos de ellos, ante su buen hacer, podrían haber conocido el placer de la gloria en un escenario de cualquier parte del mundo, un estudio, una galería...

Esos rincones, por el momento, están vedados para ellos.

A punto de alejarme volví a fijarme en el rostro del hombre que tallaba…

Él, al igual que el músico del metro, se encontraba lejos del lugar. Lo imaginé recorriendo los frondosos bosques peruanos que posiblemente sabrían mucho de sus andanzas infantiles y juveniles. Un día por la razón que fuese, abandonó la tierra y salió en busca de otros caminos...
Claro que la nostalgia por mucho que te alejes, permanece a tu lado.

miércoles, 6 de julio de 2011

Dos gatos y un ratón

Contemplo indecisa, el carrito de la compra.

- ¿Lo llevo o no lo llevo?

Al final decido que no. No ha lugar a tirar de sus ruedas. Es poca compra la que hay que hacer. Con una simple bolsa de plástico, más que suficiente. Encamino mis pasos hacia al Centro Comercial.

Ya en el lugar, tienes opciones varias. Decido degustar la hamburguesa con mostaza, mayonesa y kechup. Entre bocado y bocado, suena su voz sofocada:

- ¡! Ya era hora que te acordaras de mí, me tienes en el mas triste de los olvidos ¡!

Hay que dar complacencia a todo. Incluso el colesterol tiene que tener su momento de gloria.
A punto de salir del Centro, me voy en busca de esa escena armónica que lleve la paz a mi espíritu. El establecimiento de animales hace esquina y está en la primera planta. A través del escaparate fijo mi atención en los dos gatitos de angora. La idílica escena me invadió de un agradable sopor. Fue una sensación parecida a la que experimento cuando hago visita al botiquín…

Los dos animalitos le daban pataditas al ratón de plástico. El roce hace el cariño y tuve la impresión, contemplando sus miradas, que ese ratoncito con expresión traviesa y bigotes tiesos, despertó entre los felinos, un pellizquito ardoroso. Y pasó lo que tenía que pasar. A Cupido se le cruzaron las flechas y surge el sentimiento de los celos. La camaradería, amistad y lealtad, dan paso a la rivalidad. Uno de los felinos pisó al ratón con aire posesivo. Al que estaba al otro lado del escaparate, esa actitud arrogante no le gustó y a traición y sin previo aviso, levantó la pata y pegó zarpazo.

¡! Fue una lucha fiera y encarnizada ¡! Los pelos brillantes y sedosos, flotaban en el aire. La mirada grisácea y dulzona, se llenó de ira roja. Los espectadores seguíamos, con expectación, el desenlace de la contienda.

Viendo que la escena se encendía y daba paso a las brasas, la sensibilidad que llevo escondida en la entraña, hizo acto de presencia.

Fue superior a mis fuerzas y decidí hacer mutis por el foro. A punto de batirme en retirada, miré hacia el ratón. En su hocico, se dibujaba una sonrisa de orgullo vanidoso. Un reto a dos, por su insignificante persona. De cazado, se había convertido en cazador…
Salí a la calle nerviosa. Doblando la esquina, me hice una pregunta silenciosa: ¿Qué sexo tendrían los gatos?

Ya no estaba

Escucho música. Cuando ello acontece, se revuelven los recuerdos. Predominan, entre ellos, los nostálgicos y los que dejan aflorar la melancolía. La música tiene sus momentos. Si la escuchas en el menos apropiado, puede doler. En cierta ocasión en la que la vida me pasó factura, intentaba distraerme con la lectura y la melodía. Imposible. Leía los libros sin entender el significado de los mismos... mi pensamiento estaba en otra parte. Quería distraerme con la melodía, pero mis pies no tenían ganas de baile. Esperé a que se calmaran las aguas revueltas. Más tarde, pude retomar ambas cosas. Claro que la niebla que lo envuelve todo, no deja de estar. De vez en cuando hace aparición y no te deja vislumbrar lo que hay alrededor. Hoy he pensado en la mala gente que sale a tu encuentro. Tú no lo sabes y los acoges con afecto y piensas que tienes buenos amigos. Más tarde, te llevas la sorpresa de la traición que estaba escondida. Me siento rara. En estos momentos escucho Verdes Campiñas. Me voy a otros días...
La libreta con tapas de cuero regalada por un ser querido, hacía que me sintiese feliz. Le tengo un especial cariño porque fué comprada, con amor. Decidí desde el primer momento que la acuné en mis manos, escribir frases del día a día. Esas frases que de pronto salen revoloteando en el aire y no quieres que se escapen. Ahí están escritas. Mejor o peor, pero que un día cualquiera salieron al paso. Escribiendo este pensamiento sonrío recordando las mariposas que cazaba en el monte. Las sujetaba entre mis dedos y al sentir el pálpito de esas alas de colores, asustada las dejaba de nuevo, en libertad. Hay muchas formas de dejar huella de todo. A través de una cámara de fotos, unos folios escritos con sentimiento, una poesía, una partitura de música, una escultura, un lienzo emborronado en una tarde de otoño… huellas del paso por la vida. Ya que has tenido la suerte de nacer y vivir, que quede algo que perdure en el recuerdo es una forma de no morir nunca…

Aquel día lo mandé a la compra. Era regordete y con pecas en la cara. Se podía acudir a él porque siempre estaba dispuesto a salir raudo y veloz a cumplir el recado que le dieses. Fue a comprar. Tardaba, y me preocupé. Cuando entró por la puerta, venía lloroso y con aire acobardado. Balbuciendo, me dijo que había perdido el dinero de la compra.

Fui una mala bestia. Lo envié a su dormitorio y le dije, con brusquedad:

- ¡! Coge la moneda de plata de tu álbum de monedas y vete a comprar con ella ¡!

Así lo hizo. Se quedó sin moneda de plata. Al día siguiente los remordimientos no me dejaban respirar. Fui al supermercado en busca de esa moneda, pero ya no estaba…

Ya no estaba…

martes, 5 de julio de 2011

CNI

- ¿Trayecto largo o corto?

No pensé demasiado la respuesta. Prefiero lo largo para que dure más…

- Largo.

Me sirvió de guía. Salimos de Vicálvaro y enfilamos hacia Vallecas. Pasamos delante de ese lugar donde dormimos nuestro último sueño. Dejando las tapias atrás, dirigí la mirada hacia los cipreses que esperan...

Atravesamos Vallecas. Encontré el barrio desconocido. Se deja abrir el paracaídas y se aterriza donde se puede. En mis años jóvenes y desde la ventana de mi puesto de trabajo, podía ver innumerables personas delante del edificio de Emigración. Se buscaba fuera lo que no teníamos dentro. Ahora son otros los que vienen a vernos. Ese barrio vallecano, se ha convertido en un lugar cosmopolita. A ambos lados de las aceras, los viandantes entretenían la noche. Gente joven, practicando deporte; las bombillas de los escaparates, hacían coquetueños guiños tentando al viandante; vecinos sentados a la fresca, entretenían la noche calurosa; el olor a fritura proveniente de puestos callejeros, pegaba bofetón...

Al verla, sentí sobresalto. Me encontraba a sus pies. La diosa, majestuosa, soberbia, llevaba el mando del carro y los leones que la rodeaban le rendían pleitesía. Fue un impulso. Abrí la ventanilla y extendí el brazo. Hubiese querido que esos chorros, que brotaban de los caños con fuerza, se enredasen entre mis dedos. Dejamos la Cibeles atrás y nos tropezamos con el Palacio de Linares. A través de sus tejados, percibí una figura blanca, paseándose con risa burlona. Enfilamos hacia la Gran Vía. En cierta ocasión una mañana de domingo a temprana hora, entré en una de sus múltiples cafeterías. Las calles lucían vacías y llenas de sueño. El aspecto de las aceras deprimía un poco. Vasos, papeles, cigarros...¡ en fin, todo lo que engloba la fiesta y algarabía ! Los barrenderos barrían con sus escobones, los restos del sábado noche.

Siguiendo con el trayecto, nos topamos con el Teatro Real. No tardando mucho, engarzaré mis perlas en el cuello, calzaré zapatos de cristal, elegiré color de lentillas, peinaré moño alto y me adentraré en ese teatro. Sentada confortablemente en el palco, dejaré que la melodía me arrastre hacia donde ella quiera. Del diferido, pasaré al directo.

Me sentía feliz y confortable oyendo la charla amena de mi hijo.

Enfilamos la carretera de La Coruña, rumbo a la sierra.

De pronto señalando un edificio situado a mi derecha, mi hijo Manuel comentó:

- Este es el CNI, Centro Nacional de Inteligencia.

Lo miré. El edificio en sí no me dijo nada. Uno más. Sin embargo, observé detenidamente dos pequeñas luces que miraban a lo lejos.

Sentí escalofrío. Aquellas luces, semejaban dos ojos profundos, inquisidores, que lo vislumbran todo...

Seguimos carretera adelante.