martes, 19 de julio de 2011

Visita a Santiago

Deseando volver al lugar, encaminé mis pasos hacia la estación. El día, como siempre, lluvioso. Dentro del vagón, sentí la sensación de confortabilidad que no encontraba fuera. Me dispuse al viaje. A medida que las ruedas avanzaban por la vía, me adentraba en el verdor de la campiña gallega. Ante mí desfilaban las vacas pastando en el prado, los hórreos en los que Manoco en la aldea, guardaba las mazorcas de maiz, los labradores con sus aperos, labrando la tierra…

Sentí una cálida sensación de sosiego, placidez y paz. A la llegada a Santiago de Compostela, enfilé hacia la Catedral. El ambiente en las calles era festivo. Personajes variopintos llegados de todas partes del mundo, miraban alrededor y se paraban en los escaparates.

Traspasando la puerta de la Catedral, palpé el escalofrío que produce la emoción.

Iba preparada para el encuentro con todos ellos. Algunos de esos encuentros, son placenteros y los dejas que reposen; otros, les pegas manotazo para que salgan huyendo y no lleguen a posarse en una esquina del corazón.Van y vienen. Son como las gaviotas que vuelan el monte y cuando ven peligrar el plumaje de sus alas, remontan el vuelo y buscan horizontes amplios y diáfanos.

Tomé asiento en uno de los últimos bancos y esperé…

El incienso del botafumeiro me recordó aquella lejana mañana…

La niña, que un día fui, miraba asustada hacia arriba. Su querido padre, percibiendo sus ojos asustados, quiso disipar el miedo y agarró fuertemente esa pequeña mano. En los momentos que rememoraba aquel instante lejano, estaba sola... no había ninguna mano tendida que cogiese la mía...

Por mucho que te esfuerces es imposible evitarlo. La nostalgia hace acto de presencia y emborrona la mirada…

Salí de la Catedral y enfilé mis pasos hacia el Paseo de la Herradura. Busqué un banco. Una joven pareja se miraba a los ojos. La muchacha, bonita, tenía una larga trenza que le llegaba a la cintura. Miraba con ojos ilusionados al jovenzuelo que estaba a su lado. Los primeros aleteos… las primeras sensaciones… el primer beso. Otra escena de la alameda, captó mi atención. Dos ancianos daban de comer a las palomas. De un pequeño saquito, extraían pan desmigajado. Ante esa escena, no pude dejar de sentir un aguijón envidioso. Esa pareja anciana, llevaban recorrido un largo camino. Esperaban juntos, el momento de partir hacia otros lares...
Abuelos y abuelas paseaban en cochecitos, adornados con lindas colchas, a sus nietos. Es la vida que sale al encuentro. A medida que escribo, noto que me estoy invadiendo de morriña, saudade, melancolía…

Decidí retornar al lugar de partida. A punto de dirigirme a la estación, quise dar una última vuelta. Anduve las callejuelas y me paré en un puesto de souvenir. Decidí comprar una pulsera de jade.

Recostada en el asiento del tren, pensé en el día vivido en Santiago de Compostela. Busqué el bolso y cogiendo la pulsera de jade, acaricié sus cuentas.

Pensé en el Apóstol Santiago. De muchos lugares del mundo, acudían los peregrinos a mirarse en su mirada...