miércoles, 6 de julio de 2011

Ya no estaba

Escucho música. Cuando ello acontece, se revuelven los recuerdos. Predominan, entre ellos, los nostálgicos y los que dejan aflorar la melancolía. La música tiene sus momentos. Si la escuchas en el menos apropiado, puede doler. En cierta ocasión en la que la vida me pasó factura, intentaba distraerme con la lectura y la melodía. Imposible. Leía los libros sin entender el significado de los mismos... mi pensamiento estaba en otra parte. Quería distraerme con la melodía, pero mis pies no tenían ganas de baile. Esperé a que se calmaran las aguas revueltas. Más tarde, pude retomar ambas cosas. Claro que la niebla que lo envuelve todo, no deja de estar. De vez en cuando hace aparición y no te deja vislumbrar lo que hay alrededor. Hoy he pensado en la mala gente que sale a tu encuentro. Tú no lo sabes y los acoges con afecto y piensas que tienes buenos amigos. Más tarde, te llevas la sorpresa de la traición que estaba escondida. Me siento rara. En estos momentos escucho Verdes Campiñas. Me voy a otros días...
La libreta con tapas de cuero regalada por un ser querido, hacía que me sintiese feliz. Le tengo un especial cariño porque fué comprada, con amor. Decidí desde el primer momento que la acuné en mis manos, escribir frases del día a día. Esas frases que de pronto salen revoloteando en el aire y no quieres que se escapen. Ahí están escritas. Mejor o peor, pero que un día cualquiera salieron al paso. Escribiendo este pensamiento sonrío recordando las mariposas que cazaba en el monte. Las sujetaba entre mis dedos y al sentir el pálpito de esas alas de colores, asustada las dejaba de nuevo, en libertad. Hay muchas formas de dejar huella de todo. A través de una cámara de fotos, unos folios escritos con sentimiento, una poesía, una partitura de música, una escultura, un lienzo emborronado en una tarde de otoño… huellas del paso por la vida. Ya que has tenido la suerte de nacer y vivir, que quede algo que perdure en el recuerdo es una forma de no morir nunca…

Aquel día lo mandé a la compra. Era regordete y con pecas en la cara. Se podía acudir a él porque siempre estaba dispuesto a salir raudo y veloz a cumplir el recado que le dieses. Fue a comprar. Tardaba, y me preocupé. Cuando entró por la puerta, venía lloroso y con aire acobardado. Balbuciendo, me dijo que había perdido el dinero de la compra.

Fui una mala bestia. Lo envié a su dormitorio y le dije, con brusquedad:

- ¡! Coge la moneda de plata de tu álbum de monedas y vete a comprar con ella ¡!

Así lo hizo. Se quedó sin moneda de plata. Al día siguiente los remordimientos no me dejaban respirar. Fui al supermercado en busca de esa moneda, pero ya no estaba…

Ya no estaba…