miércoles, 6 de julio de 2011

Dos gatos y un ratón

Contemplo indecisa, el carrito de la compra.

- ¿Lo llevo o no lo llevo?

Al final decido que no. No ha lugar a tirar de sus ruedas. Es poca compra la que hay que hacer. Con una simple bolsa de plástico, más que suficiente. Encamino mis pasos hacia al Centro Comercial.

Ya en el lugar, tienes opciones varias. Decido degustar la hamburguesa con mostaza, mayonesa y kechup. Entre bocado y bocado, suena su voz sofocada:

- ¡! Ya era hora que te acordaras de mí, me tienes en el mas triste de los olvidos ¡!

Hay que dar complacencia a todo. Incluso el colesterol tiene que tener su momento de gloria.
A punto de salir del Centro, me voy en busca de esa escena armónica que lleve la paz a mi espíritu. El establecimiento de animales hace esquina y está en la primera planta. A través del escaparate fijo mi atención en los dos gatitos de angora. La idílica escena me invadió de un agradable sopor. Fue una sensación parecida a la que experimento cuando hago visita al botiquín…

Los dos animalitos le daban pataditas al ratón de plástico. El roce hace el cariño y tuve la impresión, contemplando sus miradas, que ese ratoncito con expresión traviesa y bigotes tiesos, despertó entre los felinos, un pellizquito ardoroso. Y pasó lo que tenía que pasar. A Cupido se le cruzaron las flechas y surge el sentimiento de los celos. La camaradería, amistad y lealtad, dan paso a la rivalidad. Uno de los felinos pisó al ratón con aire posesivo. Al que estaba al otro lado del escaparate, esa actitud arrogante no le gustó y a traición y sin previo aviso, levantó la pata y pegó zarpazo.

¡! Fue una lucha fiera y encarnizada ¡! Los pelos brillantes y sedosos, flotaban en el aire. La mirada grisácea y dulzona, se llenó de ira roja. Los espectadores seguíamos, con expectación, el desenlace de la contienda.

Viendo que la escena se encendía y daba paso a las brasas, la sensibilidad que llevo escondida en la entraña, hizo acto de presencia.

Fue superior a mis fuerzas y decidí hacer mutis por el foro. A punto de batirme en retirada, miré hacia el ratón. En su hocico, se dibujaba una sonrisa de orgullo vanidoso. Un reto a dos, por su insignificante persona. De cazado, se había convertido en cazador…
Salí a la calle nerviosa. Doblando la esquina, me hice una pregunta silenciosa: ¿Qué sexo tendrían los gatos?