sábado, 16 de julio de 2011

Lo que hay detrás...

A pesar de haberme dado el chivatazo y recomendarme que esperase a las “terceras rebajas”, no pude evitar ir al Centro Comercial a merodear y ver de que se trataba…

Más o menos lo de siempre. Viendo todo a precio de saldo, no puedes dejar de hacerte preguntas:

- ¿Cómo es posible que al comerciante le quede tanto margen de ganancia?

No cabe duda que nos achicharran por todas partes, pero es lo que hay y no tenemos otra…

Cogí varias prendas y me dispuse a entrar en el probador. Lo hice con miedo y aprensión porque sabía lo que iba a encontrarme. Estaban uno enfrente del otro. Mi cara antipática y resentida, apenas les dirigió mirada alguna. Me hice la sueca. Por mi parte sabía, a ciencia cierta, que ocupaba un “espacio determinado” en ese probador y con eso ya era bastante. Cuando se conoce la respuesta que esos espejos van a darte, no ha lugar a consulta alguna. Son rencorosos e intentan, de alguna manera, fastidiar a la coquetuela de edad madura, que busca el glamour ausente.

Me probé la prenda. Dirigí la mirada hacia mí misma, y pude percibir que lo ajustado “aprieta”. Por tanto, decidí hacer retorno a la percha. Por cierto, todas intactas y sin rotura alguna...

Camino del domicilio particular, decidí pasar por la pescadería. Al reclamo del pescadero, hice la pregunta pertinente:

- ¿Me garantiza que el pescado no tiene espinas?

- ¡! Tranquila señora, no hay problemas ¡!

Salí del establecimiento. Ya lo comenté en otro lugar. Desde el día que me tragué una espina y el señor galeno, muy serio él, comentó:

- Señora, las espinas hay que arrancarlas porque de no hacerlo, corre el riesgo de que perforen por dentro…

¡¡No, no estoy por la labor de perforaciones de ningún tipo!! He pensado que de ahora en adelante, voy a arrancar las espinas que en el transcurso de los años se han incrustado en mi corazón.

¡! Por supuesto que sí ¡!

Sigamos pues, con la perorata. Subiendo la cuesta, pensé en el espejo del cuarto de baño. Es grande y está empotrado en la pared. Años atrás cuando el cutis estaba lozano y terso, me miraba y coqueteaba con su luna. Sonreía, hacía guiños picaruelos, fruncía los morritos… entre los dos había complicidad y nos gustaba cruzar la mirada...

Claro que el tiempo pasa y las cosas cambian de colorido. Ya no hay morritos, ni sonrisas, ni miradas cálidas y coquetuelas…

La arruga se ha quedado anclada y no precisamente en el pasado... No, está en el presente. Lucen las ojeras y dejan ver la traición de Morfeo.

Fue una lucha encarnizada la que mantuve con ese espejo. A tempranas horas de la mañana, entraba en el baño y eludía su mirada. Cubiertas las necesidades que tenía que cubrir, salía de puntillas para no llamar demasiado la atención. Por supuesto, todos estos movimientos a oscuras. ¿Qué necesidad hay de encender luces y vislumbrar las tristes realidades?

Hay que evitar cosas y escenas que te perturben. Y si tienes que jugar el papel de esconder la cabeza como el avestruz, lo juegas. Se había declarado una guerra infernal, y entre nosotros dos, no existía cruce de ningún tipo.
Una mañana al entrar en el domicilio particular y musitar silenciosamente: “espero no haber recibido visitas” /aquella temporada, había alguna entrada que otra/ me dirigí hacia el salón. De pronto, me pareció oir un lamento que procedía del baño:

- Rosa, ayuda…

Sacudí la cabeza y pensé en mi amigo el psiquiatra. Tenía que comprarme un perro de compañía porque la soledad me hacía oir voces. Seguí con los quehaceres y de nuevo, escuché el lamento:

- Rosa, auxíliame…

Corrí despavorida hacia el lugar.
Lo que contemplé, me dejó helada. El espejo, de grandes dimensiones, colgaba suspendido en el aire por dos cables que llevaba a la espalda y pendía a ras de suelo. El pobrecillo me miraba con ojos agonizantes y pude ver que estaba a punto de soltar dos grandes lagrimones...

¡¡ Me uní a su llanto y rápidamente puse manos a la obra!! Llamé a la constructora que me había vendido el piso y me enviaron con carácter de urgencia, al cristalero que en su día había instalado la luna.

El hombre ante el espectáculo, se quedo blanco como el mármol y tras proceder rápidamente a enderezar al pobrecillo y meter la mano en la caja de las herramientas, dijo lo siguiente:

- Señora, llevo muchos años de oficio. ¡! Jamás en la vida, he visto algo igual ¡! Este espejo, no se ha “caído ni despegado solo de la pared”

¡¡Me impactaron sus palabras!!

El tema se ha quedado en historias sin resolver.

No quiero terminar sin comentar algo. Con motivo de la visita de uno de mis hijos y ante la observación:

- Mamá, te voy a colocar las bombillas pequeñas que te faltan en el espejo del baño.

Salí rauda y veloz a su encuentro y le dije:
- ¡! No hijo, déjalo, mejor no saber que es lo que hay detrás…