domingo, 10 de julio de 2011

Cálido verano

Miré el reloj. Las siete de la mañana. Había tiempo para seguir durmiendo, pero me apetecía saludar a la amiga cafetera. Calcé mis zapatillas que me esperaban a los pies de la cama y me dirigí a la cocina. Abrí la persiana y conversé con el día:

- ¿Como andamos?

Se encogió de hombros y no contestó. No hizo falta que lo hiciese. Percibí enseguida que la cosa estaba mal. Asomaba a su semblante el viento, la niebla, el frío... y presentía que, de un momento a otro, iba a ponerse a llorar con fuertes lagrimones. No quise insistir ni hacer que se sintiese incómodo. Miré hacia otro lado y respeté su intimidad.

Cuando un paisaje no te gusta, te tienes que buscar otros más gratificantes. Traspasando con la mirada el monte, me fui tras él…

Aquella mañana salimos muy temprano. Mi querido hijo me acompañó a la estación.

Me dirigía a la costa a pasar unos días de asueto. Al llegar a la estación de una ciudad levantina, busqué a los míos. Allí estaban, esperándome. ¡Es maravilloso saber que cuando llegas, alguien espera!

Me gustó la casa. Tenía dos plantas y era espaciosa. Rodeaba la misma, un frondoso jardín con altas palmeras. Una piscina cuidada y de limpias aguas, hacía guiño a ese calor sofocante para que entrase en ella y la recorriese…

Fueron días inolvidables, agradables y cálidos. Baños en el mar, comidas al aire libre, atardeceres rojos, oscuros anocheceres llenos de significado...

La casa tenía bodega. Un par de veces, me adentré en la misma. Buscaba un buen caldo que diese gusto a mi paladar, pero no hubo suerte en la elección. Las botellas elegidas, tenían sabor ácido y agrio.

Es difícil escribirlo todo. Intentas que se consuma la tinta del tintero, pero termina quedando algo en el fondo del mismo. ¡! Lástima, porque de alguna manera, son sensaciones y emociones que se quedan en blanco!!

Una tarde llamamos al fontanero. Había desperfectos que arreglar. El hombre entraba y salía con frecuencia. De pronto, ese paisaje de verano se había tornado lluvioso y frío. Sentada confortablemente en mi butaca, observaba las entradas y salídas del fontanero. Portaba en la mano una caja de herramientas. De mediana edad y vistiendo un mono azul añil, presentaba un aspecto bondadoso. Sus salidas frecuentes hacia una furgoneta aparcada en la calle, me hicieron ver que ante la lluvia copiosa, se estaba empapando. Sentí pena por él. Me levanté de la butaca y busqué un paraguas que lo cubriese. Cogí uno que había en el perchero. Cuando estaba a punto de salir de nuevo, le dije:

- Coja el paraguas, que se está mojando...

El hombre se resistía. Forcejeamos un buen rato. Al fin, viendo mi aire firme y decidido, hizo caso a mis ruegos.

Contemplándolo atravesar el jardín con el paraguas abierto de lunares, recordé una película musical. Decidí ponerle a su vida y a sus zapatos sucios de barro, notas musicales. Fue entonces cuando en esa lluviosa tarde de un cálido verano, ese hombre que transportaba una caja de herramientas se vió dando alegres pasos de claqué por el pavimento mojado del jardín.

¡¡Me quedo con mucho de aquellos días!! Pequeñas roturas en las figuritas de los angelotes de escayola, una vieja tumbona, un cenador con mesa y bancos de piedra, largas palmeras que nos daban sombra, caracoles posados en las verdes hojas…

¡¡ Oigo las risas alegres de mi nieto!!

Lo más hermoso de aquel verano...