miércoles, 20 de julio de 2011

Un brindis frustrado

Sería estúpido decir en el día a día que tienes la suerte de vivir, que no hay nada que contar. Si abres los ojos, te desperezas, subes las persianas, contemplas el careto del nuevo día, introduces los pies en las zapatillas, vas a la cocina y preparas una taza de café cargadito con tostadas de mermelada de arándanos, atas los lazos de las playeras de deporte, y sales por la puerta de casa, lo demás te “espera” fuera…

Me lo dijo la voz de dentro:

- Rosa, ¿no te gustaría descorchar y brindar?

No ha lugar, precisamente, a muchos brindis, pero no quise defraudar el buen consejo.

Decidí comprarme un pulpo con largos tentáculos para que enredasen en mi paladar. Ya preparado el mismo, procedí al descorche de la botella de vino blanco. Introduje el instrumento en el corcho y apreté. Por más que empujaba hacia fuera, no había forma. Observando el rubor del sacacorchos, me di cuenta de lo que había sucedido. Fue un enamoramiento. El pobre hace tiempo que está solo y sin catar… Ayer, en esa cocina cálida y confortable, notó su presencia, su sabor dulzón, el chispazo que produjo cortocircuito, y se dijo:

- Aquí me quedo…

Fue un beso prolongado, por ambas partes...

La escena no podía ser más ridícula. Un pulpo en la mesa impacientándose a ser degustado, una botella llena de rico caldo esperando por la copa de fino cristal, un sacacorchos atrapado en el corcho goloso y ventoso que no quería soltarlo...

¿Qué hago?

Fácil respuesta. Cogí una bolsa de basura y los introduje con rabia rabiosa, a todos ellos. Esta mañana abrí el contenedor y les dije un adiós silencioso. Sentí a la amiga tristeza, cayendo sobre mis hombros como una losa.

En cuanto al pulpo, no me supo a nada. Abrí el grifo y llené un vaso de agua…

La moraleja que saco de esta estúpida y verídica historia, es que ese brindis no estaba dispuesto para mí… habrá que seguir esperando.

Para despejar mi frustración decidí salir a dar una vuelta. Enfilé los pasos hacia la fuente de los surfistas. Una pareja lanzaba al aire a su pequeño cachorrillo que nadaba con sus patitas cortas, entre las figuras de bronce. Al salir del agua sacudió vigorosamente su cuerpecito. Me alejé del lugar con la escena puesta.
Pienso en los libros de cuentos. Hay varios títulos que martillean en mi mente: Caperucita Roja y el lobo feroz; Ali Baba y los 40 ladrones; Las Mil y Una Noches…