martes, 9 de agosto de 2011

Retorno a la tierra...


Ante el despegue del avión, miró por la ventanilla y le pareció ver en la lejanía el mar. Dos lágrimas que no querían esconderse, rodaron por sus mejillas. Retornaba, pero lo hacía sola.
Su compañero de viaje se quedó en otro lugar…
A medida que el aparato se introducía entre las nubes, dejó que su pensamiento fuese con ellas…
Meses atrás, en un país europeo, su padre preparaba con ilusión ese viaje. Quería retornar a la tierra en la que había nacido. Enseñar a su hija los rincones y lugares que conocían mucho de él. Años atrás lo dejó todo. Y en ese todo, estaba la leira, el horreo, el horno donde se cocía el pan, la campiña con el rocío de la mañana posado en sus verdes hojas...
Subió en ese barco y fué a buscar lo que no tenía dentro.
Años jóvenes en los que se emigraba. En el hogar paterno, se hubise querido que el muchacho se dedicase a las faenas pesqueras como había hecho el padre y el abuelo, pero el joven tenía ansias de buscar nuevos horizontes y no se conformaba con la pecera que adornaba el aparador y decidió cruzar los mares. Fueron años duros, solitarios y de intenso trabajo para intentar salir adelante.
Era mucha la distancia que mediaba y nuestro amigo, para acercar la lejanía, hacía truco. Cerraba con fuerza los ojos y se trasladaba…
Podía ver el faro que alumbraba a las barquichuelas perdidas en medio del mar, el vuelo de la gaviota a ras de tierra, la mazorca dorada en la leira, el olor de la tierra mojada tras la tormenta de verano ¿ y como no recordar los pasos cansados de esa abuela con su boca desdentada, que ofrecía al nieto la brona recién cocida en el horno, acompañada de una humeante taza de chocolate?
Días de niñez que habían dado paso a otros…
Sentía el ansia de volver con la hija huérfana de madre a temprana edad, que un día meció y acunó en sus brazos.
En las noches en que la pequeña no se dormía, el padre le hablaba de la tierra gallega.
Un día se extendió un mapa y con ilusionada alegría se preparó el ansiado y añorado viaje.
Ya en la tierra, patearon la ciudad. Fueron días movidos y precipitados en los que se hicieron diversas visitas a monumentos, romerías, la aldea donde habían transcurridos muchos de sus veranos...
En ese recorrido, no faltó la visita a la calle de las tascas en las que se degustó
todo tipo de viandas, regadas con buen vino del ribeiro.
No quisieron retornar sin hacer visita al Apóstol Santiago.
El día antes de emprender el regreso, decidieron hacer fotos.
Bajaron a las rocas e intentaron buscar la mejor panorámica. Aquel día el mar había amanecido torcido y dejaba asomar a sus fauces, blancos y furiosos espumarajos.
En un momento determinado cuando la cámara lo enfocaba y dejaba asomar una sonrisa feliz a sus labios, un golpe de mar traicionero lo agarró por la espalda y se lo llevó mar adentro…
Su hija, despavorida, solo pudo decir:
- ¡! Padre, vuelve ¡!
El helicóptero de salvamento merodeó la zona, pero no se pudo hacer nada.
El avión retornaba al lugar de partida. La joven muchacha, llorosa y afligida, retornaba sola.
Su querido padre que había decidido volver a visitar la tierra, se quedaba para siempre...