jueves, 11 de agosto de 2011

Está rara...

Esperaba con ansia su llegada. Me asomaba al pasillo y escuchaba. Fueron muchos los días aburridos y sin compañía alguna. Aquel día, a primeras horas de la tarde, oí el llavín de la puerta. Alborozada, salí a su encuentro. Dejó la maleta en una esquina del pasillo y miró alrededor. Percibí en su mirada un gesto de desaliento. Tímidamente le dirigí una sonrisa. No hubo respuesta a la misma.
A medida que se sucedían los días, vigilaba sus movimientos. Empecé a sospechar, a primeras horas de la mañana, que las cosas no iban bien. Sus despertares eran perezosos y solía levantarse tarde. Incluso abriendo la persiana de su dormitorio, lo hacía muy despacio. En esa lentitud de movimientos, había mucha indiferencia para saludar al nuevo día que comenzaba. Sus pasos eran arrastrados. Preparado el desayuno, se ponía delante del televisor. Su mirada estaba vacía. Más tarde la veía dirigirse hacia el rincón donde está el ordenador. Encendía el mismo, colocaba los dedos delante del teclado y miraba hacia la pantalla. Curioso. Esos dedos bullangueros y con ganas de meneo, ahora permanecían quietos e indiferentes. La pantalla, con gesto interrogante, se quedaba en blanco…
Confieso que empecé a preocuparme. Las cosas habían cambiado mucho. Permanecía mucho tiempo en casa. No había caminatas por el paseo marítimo, largos en la piscina, degustación en la cafetería del barrio, del chocolate con churros. De tarde en tarde, se calzaba las zapatillas de deporte y salía por la puerta. Sin decir palabra alguna, me ponía a su lado y la acompañaba en esa “presunta caminata” Al llegar a la esquina de la calle, miraba con gesto indeciso. Se percibía ante su actitud desconcertada y pensativa, que no sabía que camino andar. Con gran desazón por mi parte, la veía dirigirse al lugar de partida y encerrarse de nuevo, en el domicilio particular. Un día quise hacer pesquisas y formulé la pregunta curiosa:
- Te noto rara, querida amiga, ¿puedo hacer algo por ti?
No hubo respuesta alguna, pero yo seguí insistiendo. Su respuesta aireada y brusca, me dejó alucinada:
- ¡ Lárgate, puñetera, estoy cansada de llevarte siempre a mi lado. Hace tiempo que me has agarrado de la mano y quieres venir conmigo a todas partes. Eres aburrida y no se puede hablar contigo de nada. Te limitas simplemente a escuchar, pero por tu parte, no hay respuesta alguna. Necesito que desaparezcas de mi vida. Quiero sentirme viva y que ese monólogo que mantengo contigo, se convierta en diálogo…!
Desde aquel día, no he vuelto a insistir. Estoy desconcertada. A raíz del regreso de su viaje, es otra persona. He decidido salir en busca de otra compañera con aires verbeneros. Aunar su soledad con la mía.
Está rara.