miércoles, 17 de agosto de 2011

El llanto de la hiena...

Esperando el autobús que me llevaría al aeropuerto, miré hacia el edificio que estaba a mis espaldas. Esa buhardilla había dejado de estar. Todavía los recuerdo. El tío Nicanor lanzaba los escupitajos al suelo. Eran gruesos y verdosos. La mujer que llevaba compartiendo su rastrera vida durante muchos años, lo miraba con expresión asustada y decía con voz apocada:
- Usa la bacenilla y no los tires al suelo.
La cara del hombre se congestionaba de furor, se levantaba de la mecedora y arrinconaba sobre la pared, a su pobre víctima. Era la fuerza del macho sobre la hembra. La superioridad engreída y sucia, sobre la sumisión y la falta de estima.
Hoy me siento agresiva y con ganas de escupir “para fuera”. No voy a usar la bacenilla de porcelana, pero sí las teclas de mi ordenador. La culpa la tienen los frutos secos que reposaban sobre el estante del supermercado. Había de todo. Higos, pasas, orejones, dátiles…tenían precio de saldo y quise ver la fecha de caducidad. Lo que me temía: estaban caducados.
Y yo me pregunto: ¿qué hacer cuando te caducan la vida, sintiendo que estás en vigor?
Antes el oficio de escritor era difícil y tenía renombre. Las cosas han cambiado. Ahora el que más y el que menos y tras pasar por imprenta y elegir modelo, escribe el guión de su película y espera a verse en el escaparate. Es una forma de dejar huella de su paso por la vida.
Recuerdo una nevada acontecida el invierno pasado. Salimos al campo y pisamos la nieve. Mirando hacia atrás, pude percibir las huellas que mi pie dejaba escritas. Al día siguiente, al volver a ese descampado, la nieve se había derretido y no quedaba nada de esas huellas…
Ayer tarde comiendo un racimo de uvas de Sudáfrica y dejando que el zumo se deslizase por mi garganta, dejé que el paisaje cambiase de color De pronto me encontré conduciendo un jeep por la sabana africana. Un tórrido viento movía mis rojos y revoltosos cabellos. El vehículo corría a gran velocidad e iba dejando atrás la fauna…
A la caída de la noche intentando dormir en la tienda de campaña y embadurnada de repelente para los mosquitos, dejé vagar la mirada soñadora por la tienda. Buscaba a Robert…
En la lejanía se dejaba oír el llanto de la hiena.
Me persigue a todas partes…