martes, 16 de agosto de 2011

La vitrina

Me mira con ojos mimosos y le sonrío. Se siente querida por mí. Infinidad de veces los míos me han instando para que la tire. Me niego en redondo. El día que la vi en el escaparate, hubo filing entre las dos y quise que me perteneciese. Nos miramos y supimos que no íbamos a separarnos nunca. Al final vino conmigo. Es un mueble al que le tengo cariño y guarda muchos de los libros que heredé de la biblioteca de mi progenitor. Imposible deshacerme de ella. Tiene un gran valor sentimental para mí. Me ha dado algún que otro disgusto, porque en cierta ocasión se puso malita. Una mañana, cuando miré sus “bajos fondos”, noté algo extraño. Era un grupo de virutilla fina que reposaba en un ángulo del mueble. Hice cábalas sobre el asunto y me dije:
- Han entrado los intrusos en mi hogar…
Me asusté, todo hay que decirlo. No me gusta que invadan mi intimidad. No sabía, a ciencia cierta, a quién llamar. Pensé en la policía, pero no quise alarmar a la familia.
Me decanté por un especialista en la materia y cuando oí la sentencia, me puse lívida y me temblaron las piernas:
- Señora, su vitrina tiene termita y hay que sanearla rápidamente.
Tengo que confesar que sentí una gran congoja, y tuve que mirar al techo y entablar diálogo con la lágrima furtiva que pugnaba por salir.
Me puse en movimiento y actué con prontitud. Se la llevaron durante unos días y la pusieron en tratamiento. Mientras tanto, escondida en mi pequeño apartamento, no podía hacer nada. Pensaba con dolor en mi querida vitrina y añoraba con fuerza su presencia. Quería que volviese a mi lado lo más pronto posible.
Días más tarde apareció por la puerta. Me dio la sensación, mirándola, que me decía:
- Rosa, he retornado al hogar, ya estoy de nuevo contigo y puedes llenarme de esos libros maravillosos que te ha regalado tu querido padre; todavía estoy un poco débil, por tanto, no me cargues demasiado…
Así lo hice y con mucho mimo. Le encontré mal color y quise ayudarla en su convalecencia. Bajé a la droguería y compré un bote de barniz color caoba. Muy despacito, con una pequeña brocha, le di varios brochazos. En mis movimientos había mimo y cariño. Cuando la observé desde un ángulo del salón, lucía de otro modo. ¡Había viveza y resplandor en la mirada!
De toda esta historia, me ha quedado un sabor amargo. Odio, profundamente, a las termitas que se meten en tu casa sin pedir permiso. Constantemente, vigilo los muebles de los míos. No quiero que a ellos les pase lo mismo. Estos intrusos animalitos, lo carcomen y lo invaden todo…