sábado, 27 de agosto de 2011

Un ramillete...

A pesar del día gris, decidimos subir al monte de San Pedro. La panorámica que se vislumbra desde el lugar, es impresionante.
Enfilando cuesta arriba, miré distraídamente hacia el césped. Eran margaritas. Las arranqué y se las puse en sus regordetas y blancas manos. Sus ojos grandes y expresivos, están llenos de sonrisas.
Tengo la mala costumbre de hacer con bastante frecuencia, traslados de sitios. Esas florecillas silvestres, me llevaron por otros caminos...
A medida que transcurre el tiempo y llega el día feliz de cumpleaños, me hago la sueca.¡ Como que la historia no va conmigo! Juego al despiste. Ya se han pasado las ganas de apagar la velita y comer la tarta de chocolate. No cuela. Ese día el teléfono no deja de sonar para recordarte que en tu vida hay un año más… y uno menos.
Aquel día, por parte de los míos, se formularon preguntas varias.
-¿Qué quieres que te regalemos?
No supe muy bien que responder. El dinero que no tienes termina sobrándote. Claro está que siempre hay algún capricho que ronda la calle.
Medité acerca del regalo a elegir y me dije a mí misma:
- Me gustaría que me regalaran un ramillete de amigos.
He tenido ese ramillete entre mis manos, pero un buen día la cinta que los unía se rompió y ese ramo se fue desperdigando por el camino…
Siempre hay alguien especial que se queda prendido en tu memoria. Se llamaba Asun y nos llevábamos bien. De vez en cuando me decía:
- Rosa, tenemos que ir a buscar la carnada de la pesca de mi padre.
Nos daban una pequeña caja de madera. Al abrirla, las miñocas que iban a formar parte de la trampa de los peces, se retorcían. Contemplándolas, el estremecimiento hacía recorrido.
Compartimos muchas tardes de cine. La entrada era gratis y nos adentrábamos en la sala haciéndole un guiño al portero. De aquellas sesiones vespertinas, recuerdo de forma especial el NODO. Más tarde, desaparecíamos de la sala de proyección e ibamos tras los personajes de la pantalla. ¡ Que tiempos! Lo malo de lo bueno, es que termina pronto. Se encendían las luces, y perezosamente nos levantábamos de la butaca. Había que salir a enfrentarse al mundanal ruido. Dejábamos la magia atrás, esperando con ansia la próxima sesión.
Pequeñas florecillas, movieron los recuerdos…
Volviendo de nuevo al monte y en vista de que se puso a llover, nos dispusimos a regresar. Ya en el coche, dirigí la mirada hacia atrás. Mi pequeño nieto Hugo, apretaba con fuerza en sus manos mojadas de lluvia, el ramillete de margaritas que momentos antes su abuela le había entregado.
Sonriendo, pensé:
- Algún día tendrá un buen ramillete de amigos...