jueves, 14 de julio de 2011

Un tren sin parada

La conocí en la farmacia. Escuchando el timbre de su voz, barrunté que era de la tierra. Con una tonta disculpa, le formulé una pregunta. Desde aquel momento iniciamos una buena amistad. Rezábamos credos distintos, pero ello no era óbice para sentir por ambas partes, un respeto mutuo.
A media tarde vestíamos ropa cómoda y dábamos largos paseos por la urbanización donde residíamos. Sonrío recordando la escena. Había un banco de piedra en el que finalizada la larga caminata, se hacía parada y fonda. Jamás fue ocupado por otros vecinos; de alguna manera, dejaron que lo hiciésemos nuestro.
Lo importante cuando surge la confidencia, es encontrar al confidente apropiado y saber que la misma queda a buen recaudo y nunca va a ser traicionada. En uno de aquellos paseos, mi amiga Luisa, hizo un comentario:
- Rosa, va a ser mi cumpleaños y no quiero pasarlo sola ¿te apetece acompañarme al teatro a ver una representación musical?
¡ Por supuesto acepté encantada la invitación!Lá última vez que había ocupado una butaca en el teatro, fué para ver la representación de "Rosas de Otoño". Desde entonces, muchas lluvias y vientos habían deshojado las hojas de esas bonitas rosas otoñales...

Llegó el ansiado día y acicaladas un poco más de lo habitual, dirigimos nuestros pasos hacia ese teatro. Traspasado el recinto, pude comprobar que el mismo, estaba abarrotado de féminas de edades similares a las nuestras.

La madurez había salido al encuentro del pasado, ahora presente, que nunca deja de permanecer. Esperábamos impacientes, la subida del telón. No tardó mucho en dejarse oir la melodía.
¡ Se rascaba el recuerdo y a través de los años 60, 70, 80, fueron desfilando ante nuestros ojos, distintas etapas de nuestras vidas…!

Esos guateques familiares y “muy vigilados” en los que el pikú desgranaba las voces melódicas del momento y daba paso a la juvenil emoción, seguida de recatada caricia.

Más tarde, cuando los uniformes de colegiala se colgaban de la percha, se cortaban las trenzas, se peinaba la corta melena, se calzaban zapatos de tacón, se cubrían las mejillas de colorete, se daba toque de rosa carmín en los labios y se iba en busca de esa pista de baile en la que se bailaba el Rock an roll de Elvis, se besaba el primer beso, se iniciaban relaciones que salían al encuentro del primer amor...

Nuestras miradas expectantes, seguían fijas en el escenario. Al surgir una nueva década con su correspondiente melodía y ante el pensamiento de lo que fué, surgía la emoción dormida. ¡ Dulce juventud que te has quedado en el camino; sueños cumplidos y no cumplidos; ansias de conocer lo que no has vivido...!

Llegó el momento de poner fin al espectáculo. Ante la bajada del telón, buscamos la salida. Las palmas de mis manos estaban enrojecidas por los merecidos aplausos.

Por unanimidad, se decició culminar la tarde con una apetitosa merienda. Entre churro y churro, mojado en el espeso chocolate, percibí en la mirada de mi buena amiga, un brillo apagado. Me extrañó su gesto serio y pensativo. Momentos antes, se encontraba feliz y radiante. Pensé que posiblemente el haber vuelto a la realidad de lo que era, había dado paso a la nostalgia del tango. Observando sus ojos, no pude evitar formularle la pregunta:
- ¿ Va todo bien?
Su comentario me desconcertó:
- Rosa, me gustaría coger un tren sin parada..

Cumplía años que eran jóvenes y tenían mucho que vivir, pero su voz sonó cansada.

Seguimos viéndonos y frecuentando lugares. Por circunstancias de la vida que gira y gira y en ese girar te atrapa en medio, tuve que hacer traslado de domicio y con el mismo, perdí su pista. Ante su ausencia, no puedo dejar de preguntarme:
- ¿Habrá cogido ese tren sin parada?