lunes, 18 de julio de 2011

Ese grupo...



Transitando por una céntrica calle de la ciudad en la que resido, me fijé en una pequeña caja de madera que estaba en un rincón. El dueño de la misma, medio derrumbado en el mostrador del bar y ante una copa de vino, esperaba...
Se nota que hay crisis mundial y todo se para. Esa caja de madera que vivió sus momentos de esplendor y brillo, lucía con gesto aburrido y cansado.

Al dandi, con clavel en la solapa y pañuelo de seda en el pescuezo, sí le importaba que los zapatos luciesen brillantes, y buscaba los servicios del limpiabotas. Sentado con el periódico en la mano, se dejaba hacer. El que hacía, arrodillado a sus pies, daba paso a la sonrisa del betún, el cepillo, y la bayeta que iba a rematar la faena.¡ Con gestos vigorosos, frotaba y frotaba!

Alegría por parte de todos. El limpiabotas se había ganado el jornal, el cliente bailaba claqué con sus relucientes zapatos y la pequeña y humilde caja de betún que tiene un papel importante en esta historia, se sentía satisfecha por los servicios prestados.

Eran otros tiempos..

Necesitada del sosiego que no tengo, abro ese libro y me pierdo entre sus páginas. Las enseñanzas de Buda, transportan serenidad a mi espíritu.

Por el ventanal de mi salón, ha pasado una gaviota. Enfila hacia el mar. Dejo que mi pensamiento vuele con ella, y me traslade al barrio donde transcurrió mi niñez y parte de mi juventud...

Por la empinada cuesta bajaban los gitanos con la escalera, el organillo y la cabra.

Situaban los bártulos en el centro de la calle para tener acceso al mayor número de ventanas. Al son de la música, el animal subía los peldaños de la escalera. Se contenía el aliento observando sus roñosas patas camino hacia la cima. Al llegar a la cúspide, nuestra amiga la cabra, hacía cabriolas en el aire y apoyaba el peso de su cuerpo en sus viejas y cansadas patas. Las notas musicales del organillo se perdían en el aire, sonaban los aplausos por parte del espectador, y era entonces cuando desde esas ventanas, llovían las monedas que caían a la calle. Recuerdo al pequeño gitanillo corriendo de un lado a otro de la acera e introduciendo las perras dentro de la pandereta.
Los gitanos, el organillo, la cabra, y la escalera, se alejaban en busca de nueva clientela.
Aquel grupo, calle abajo, despertaba en mí una extraña sensación que me hacía pensar en la soledad de todos ellos...