miércoles, 29 de junio de 2011

Acercar la lejanía...

Introducía la mano en el bolsillo y palpaba su presencia. Conocía mucho de mí y ante la niebla que me cercaba, repiqueteaba alegremente. Eran formas de reconfortarme. Acariciaba constantemente sus teclas. Otras, buscan el consuelo de distinta manera. La mujer y madre del pescador ante la salida de sus hombres a la mar, dan paso a las cuentas del rosario.

No tenía rosario que desgranar, pero lo tocaba a él y mis dedos, ante su contacto, se electrizaban. Acercaba la lejanía de los míos y permitía, a cualquier hora del día, hablar con ellos. Acompañaba mi soledad y no podía dejar de sentir un sentimiento de agradecimiento. Éramos cómplices. Con bastante frecuencia preguntaba:

- Rosa, ¿qué tal si dejamos sonar las castañuelas para que bailes?

Ante mi palmoteo alegre, así se hacía, y esa ausencia de voces dejaba de estar y salían a la palestra. Lo que antes había sido un monólogo, ahora se convertía en una charla amena y distendida. Cuando no se hablaba, le daba instrucciones para que enviase mensajes que iban por tierra, mar y aire y llegaban, con la máxima celeridad, a su destino.

La alegría suele torcerse y jugártela. De tarde en tarde la fregadera se atasca y esa grasa grasienta no deja que resbale el agua cristalina y diáfana.

Mi querido amigo se encontraba a mi vera por si surgía esa llamada desde el otro lado del océano. Dándole al desatascador, lo tenía a él de espectador. Tengo la impresión que viendo correr esas gotas de sudor perlado por mi frente, quiso echarme una mano en la maniobra, asomó el morro y pegó resbalón. Sentí auténtica desolación ante sus brazadas en medio de la charca y la vajilla sucia. Me precipité a salvarlo y viendo la grasa resbalar por su cara, le pegué frote de detergente jabonoso. Pensé que era hora de darle un buen lavado. Con el uso, se había enroñado un poco. Quise que reaccionara y entrara en calor. Vigorosamente lo sequé con una toalla de felpa. Me encantó ver su carita resplandeciente y brillante.

Al día siguiente, cuando fui a despertarlo en busca de noticias, lo encontré mustio y raro. Tuve la rara sensación, que no tenía ganas de bailar castañuelas. Por lo de pronto, no pegó bostezo. Se mostraba silencioso y apagado. Decidí llevarlo a que se le hiciese un exhaustivo reconocimiento. Así fue. Lo observaron detenidamente y poco faltó para auscultarlo con el estetoscopio. La sentencia fue dura:

- Señora, nada que hacer. Al mojarlo ha cogido una bronquitis y se niega a seguir adelante.

No quise rendirme a la evidencia y pregunté alguna manera de hacerlo reaccionar. El dependiente viendo mi gesto consternado, quiso darme una última esperanza:

- Cúbralo con arroz de hacer paella y déjelo reposar durante dos días a ver si el almidón, lo hace reaccionar.

Presurosa, otee entre los estantes de los arroces. Me decanté por el que dejaba la paella jugosa y suelta. Mi querido amigo, se merecía el mejor de los festines.

Lo cubrí, con mimo, con esos granos de arroz. Transcurridas las horas miré con ansia su imagen. Enseguida me percaté que no había nada que hacer.

La lágrima escondida, terminó brotando. Permanece a mi lado. Podría llevarlo para el recicle, pero no. Aunque permanezca en silencio, se queda conmigo.