martes, 10 de enero de 2012

Prestige

Decido bajar al kiosco de prensa a comprar mi revista semanal.
Dos artículos llaman mi atención y despiertan la crispación.
Se dice que hay que relacionarse de la forma que sea. Si surge la pereza y no estás por la labor de hacer salidas varias, te vas al ordenador y buscas a ese grupo de gente maravillosa que espera a que los descubras. Por supuesto, previo pago. Incluso el amor, tiene su precio...
Ahora están de moda las redes sociales. A través de las mismas y posando en el escaparate, eres una persona conocida y del dominio público.
Siguiendo con el tema y leyendo lo que lees, te entra el pavor más absoluto y cuando menos te lo esperas, estalla el artefacto escondido.
Por parte de alguna de esas redes sociales, se cometen extorsiones, acosos, mentiras, abusos de todo tipo... es la fuerza de la maldad contra la debilidad de la inocencia. Está claro que no se puede generalizar, pero, por desgracia, la canalla hace hueco y suele salir a dar vueltas para pisotear y aplastar al más débil, que “haberlos hailos”.
Pienso que esas graves noticias tendrían que darse a conocer a grandes voces, publicarse en primera plana y salir en todo tipo de prensa, local, provincial, e internacional.
No es así y se quedan relegadas a letra pequeña, por razones e intereses que desconozco, a un segundo término. Claro que lo importante es que salgan a la palestra y puedan leerse.
En el segundo artículo se comentan las graves secuelas que sufren las miles de personas que en su día salieron despavoridas a la calle a inhalar y arrancar con sus manos desnudas, el chapapote del Prestige que asoló las costas gallegas. Lo viví en vivo y en directo. Ante la tragedia, por parte de las autoridades competentes, hubo un total desinterés en proveer de material apropiado, ropas, mascarillas, herramientas, guantes... a esas personas. Cuando decidieron tomar cartas en el asunto, era demasiado tarde. Los vapores tóxicos de ese alquitrán, ya estaban dentro de los pulmones, las manos descarnadas en carne viva, y los corazones llorando de impotencia, rabia, desolación y desconcierto.
A primeras horas de la mañana dando mi larga caminata por el paseo marítimo, veía mi querido mar cubierto de aceite oscuro y espeso. Las gaviotas, volando a ras de tierra, llevaban las alas impregnadas del negro alquitrán que reposaba en las rocas.
Se pudo haber evitado la tragedia. Hubo tiempo suficiente para buscar la mejor solución a ese barco atracado en el muelle coruñés, que amenazaba con abrir sus fauces y vomitar toda la mierda que llevaba dentro. Lo malo es que los que tenían voz y mando, se durmieron en los laureles y se dio paso a la marcha del caracol. Se limitaron a salir al campo de juego e intentar encestar ese balón que no interesaba, en otra cancha. Claro que el mismo se perdió por el camino y terminó vomitando…
Transcurrido un tiempo del hundimiento, un conocido político de este pais dijo una frase que pasará a la historia: "solo quedan hilillos"
Se refería al chapapote. Ibas a la playa y escarbabas en la arena. Las manos se impregnaban de negro alquitrán...
Solo quedaban hilillos... y no eran precisamente de plata.