martes, 10 de enero de 2012

Faltan tres...

Me faltan tres personas. Mañana intentaré por todos los medios, recuperarlas.

Me explico. En cierta ocasión recibí un correo de un psiquiatra y escritor importante de este país. En el mismo, comentaba:

- Rosa, búscate 5 personas con las que hablar cada día…

Eran tiempos difíciles y me hice una pregunta:

- ¿De donde saco esa multitud?

Hoy, sin embargo, solo encontré en el camino a dos personas con las que intercambiar impresiones.

Fui al kiosco de prensa a parlotear con mi buena amiga. Estaba abarrotado de niños haciendo compras.

Observando a esos pequeñuelos, con sus gorros y bufandas de abrigo, palpé una mirada especial en los ojos de la dueña del kiosco.

Al quedarse esa estancia vacía, comentó:

- ¡! Como los añoro ¡!

En sus cuitas me confesó que se había dedicado a la Enseñanza. Cuando esos niños entraban en el kiosco, se iba a la escuela de una capital de provincias, con sus bancos de madera, su pizarra en la pared y sus tizas de colores. Había cambiado su profesión de maestra por los tebeos de Mortadelo y Filemón acompañados de las chucherías del domingo.

Decidí salir a la calle. A punto de cruzar, en el otro lado de la acera, vi a mi vecino con su perro. Por su actitud tuve la impresión que no tenía muchas ganas de intercambiar fluidos…

Esa sensación la conozco y por tanto, me crucé en su camino:

-¿Cómo va todo?

- Vamos tirando…

- Hace tiempo que no tocas el piano…

- Pues no… ¿para qué?

- ¡! Hombre, ¿Cómo que para qué? Se añora la melodía. Echamos en falta a Mozart, Chopen, List y a toda la panda… espero que, no tardando mucho, volvamos a oírte.

A ciencia cierta, se que el piano es una de sus pasiones.

Noté que esa faz, tristona y apática, cambiaba de color.

Nos despedimos efusivamente. Cualquier día de estos, oiré “aporrear” las notas del piano.

Es lo que pasa con la música. Unos acarician el teclado; otros lo aporrean…

Será cuestión de armarse de paciencia. De vez en cuando hay que mentir como una bellaca.

Al pasar por la puerta de la iglesia del barrio, me quedé indecisa.

Entré. Estaba vacía. Tomé asiento en el último banco. Dirigí mi mirada al altar. Cuando empezaba a sentir asomar el bostezo, escuché la melodía. Esa música me cogió de la mano y me llevo al Monasterio de Piedra. Ya allí, merodeando por el entorno, pude ver la caída de las cascadas dando de beber al verde musgo; percibí el susurro de las aguas serenas de los riachuelos; admiré el plumaje de vistosos colores de diversas especialidades de aves. El colofón a esa visita, fue introducirme en las cuevas. Las estalactitas y estalagmitas, estaban suspendidas en el aire y se asemejaban a brillantes a punto de caer…

De aquella visita, al Monasterio, me quedo con mucho. El silencio, el sosiego y la sensación de paz que me invadió. Y lo mejor. Una fotografía para el recuerdo que reposa en mi álbum de fotos. En la misma están mis seres queridos. Algún día volveré en busca de esos instantes y los haré, nuevamente, míos.

Seguí sentada durante un buen rato en ese banco de la iglesia. Cuando traspasé la puerta de la callé, noté una rara sensación… no puedo definirla. Tampoco importa demasiado.

Mañana voy a la peluquería a teñirme las canas. Dejándolas asomar al espejo, han protestado:

- ¡Tenemos un aspecto terrible! ¿Cuándo nos das una nota de color?

Las voy a dejar brillantes y con aires festivos. Quizás un color caoba rojizo para que saluden efusivas, la vida que sale al paso…

Y vamos a seguir andando el camino. Espero y deseo que no me toquen demasiado las castañuelas porque, de hacerlo, bailo.

No he llegado al 5… me han faltado 3…